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domingo, 12 de diciembre de 2010

La oleada invernal: el clima y el modelo de desarrollo

Lunes, 06 de Diciembre de 2010 00:52 No hay desastres naturales sino respuestas de la naturaleza a las acciones humanas o incapacidades humanas para convivir con la naturaleza.

Una tragedia anunciada
Este año, nuevamente, más de medio país se encuentra gravemente afectado por los efectos de la ola invernal sobre unos territorios, unas comunidades y una institucionalidad que han perdido su capacidad para convivir sin traumatismos con los cambios del clima.
El fenómeno no es nuevo y se suele repetir años tras año. Recordemos que a principios de este año medio país se encontraba afectado por la temporada seca, cuyas manifestaciones más dramáticas eran los incendios forestales y los racionamientos  de agua (o en algunos lugares, la mera amenaza de racionamiento). Casi sin solución de continuidad pasamos de los desastres del verano a los desastres del invierno.
Gustavo_Wilches_Chaux
Los reportes oficiales informan que hasta la fecha en esta temporada invernal se han registrado 161 muertos, 223 heridos, 20 desaparecidos, 1.351.000 personas y 285.149 familias afectadas, 1.785 viviendas destruidas y 229.577 viviendas averiadas.
Bolívar, Magdalena, Córdoba, Sucre, Chocó y Antioquia son los departamentos que registran el mayor número de emergencias, pero el fenómeno afecta a otros muchos  departamentos del país.
No es la primera vez que la Sabana de Bogotá sufre los efectos de una fuerte  temporada invernal, pero el hecho de que el desastre toque a las puertas de la ciudad capital (y se meta a algunos de sus barrios) genera una mayor conciencia sobre la dimensión de los riesgos que todo el país se está viendo obligado a afrontar.
No estamos frente a dramas que solamente ocurren en regiones marginales, sino ante una realidad que también llegó a Bogotá.
Hace pocos días el presidente Santos manifestó que los daños ascienden a 86 mil millones de pesos, y que el Gobierno Nacional recurrirá a un crédito de emergencia por valor de 150 millones de dólares para hacer frente al desastre, tarea en la cual invertirá además otros 25 millones de dólares incautados al narcotráfico[1].
Desastre no natural... aunque es "natural" que se presente
Desde hace casi dos décadas, muchas personas (entre otras las que conformamos LA RED: Red de Estudios Sociales sobre Desastres) venimos insistiendo en la necesidad de quitarles el adjetivo "naturales" a los desastres. Por una simple razón: los desastres no los provoca la naturaleza, sino la incapacidad de las comunidades humanas para convivir tranquilamente con los efectos de las dinámicas naturales.
Esa batalla parece perdida, y todos los días oimos hablar con más frecuencia de "desastres naturales", incluso frente a desastres tan evidentemente generados por descuido humano, como la explosión del pozo "Macondo" en el Golfo de México.
¿Y por qué esa insistencia? No es solamente por inquietud académica ni por terquedad.
Cuando explícita o implícitamente le echamos a la naturaleza la culpa de los desastres, ocultamos los verdaderos factores que los provocan y, en consecuencia, dejamos de actuar sobre las causas, para limitarnos a ver cómo unos organismos de socorro sobrecargados de responsabilidades, intentan -esta vez literlamente- "rescatar a los náufragos".
Mientras tanto, seguimos sin cuestionar una manera de concebir y de llevar a cabo el desarrollo, que cada vez genera más "naufragios".
Las sabanas pertenecieron al agua ¿intenta recuperarlas?
La humanidad se demoró muchas generaciones en comprender que existe una relación de causa-efecto entre el acto sexual y el parto que suele ocurrir en promedio nueve meses después. 
Lo mismo nos sucede ahora con los desastres: a pesar de que la naturaleza habla cada vez de manera más clara y más contundente, todavía no reconocemos la relación de causa-efecto que existe entre determinadas decisiones sobre el desarrollo y la ocurrencia de algún desastre en particular.
La ciudad de Bogotá, con sus casi 40.000 hectáreas construidas y sus ocho millones de habitantes, crece día a día sobre un territorio que, de alguna manera, todavía pertenece al agua y que hasta hace unos 28.000 años ocupó el hoy llamado Lago de Humboldt, que se "desaguó" por el Salto del Tequendama cuando, de acuerdo con la leyenda muisca, Bochica removió ese tapón.
A Fernando Virviescas, ex rector de la Universidad Nacional, le oí por primera vez el dato de que Bogotá y sus alrededores comenzaron el siglo XX con 50.000 hectáreas de humedales y lo terminaron con 600 hectáreas. Lo que quiere decir que a lo largo de aproximadamente 60 años de ese siglo reciente, se desecaron 49.400 hectáreas de humedales para construir esta ciudad.

Gustavo_Wilches1Y así se ve hoy Bogotá. En el recuadro amarillo están el aeropuerto Eldorado y la Avenida 26.

No se necesita la presencia de un agudo fenómeno de "La Niña" como el que ahora afecta a esta región del continente suramericano, para que las fuertes lluvias (que también existen sin "La Niña") ocasionen desastres.
Imprevisión y ambición
Con alguna frecuencia presenciamos las inundaciones en lugares en donde los humedales han sido desecados para construirles encima una barrio o una autopista, o en sectores de Bogotá construidos por debajo del nivel del río Tunjuelito o del río Bogotá.
En otras regiones de Colombia, como la Depresión Momposina, la Mojana o el departamento de Córdoba, en los dominios del Sinú, la dinámica del agua todavía sigue mandando la parada, como lo ha hecho desde que la evolución orográfica del territorio determinó que grandes ríos de lo que hoy es Colombia, como el Magdalena, el Cauca, el San Jorge y el Sinú, depositaran sus aguas en la llanura del Caribe, muchos kilómetros antes de desembocar "oficialmente" en el mar.
Gustavo_Wilches_Chaux1
El territorio mismo fue creando dobladillos, como las ciénagas y los humedales,  que le permitieran acoger las aguas excesivas durante la temporada invernal.
Las culturas que surgieron en estrecho contacto con esas dinámicas, desarrollaron estrategias que no solamente les permitían convivir con las inundaciones, sino que hacían de ellas una bendición.
Eran las culturas que el maestro Orlando Fals Borda llamó "anfibias", de las cuales existen todavía varios remanentes vivos en esa parte del país. 
Gustavo_Wilches_Chaux2
El Bajo Magdalena es uno de los territorios colombianos que pertenecen al agua
No hace más de dos meses un grupo de comunidades vecinas del Bajo Sinú, herederas directas de las estrategias de "gestión territorial" de la cultura Zenú, denunciaron que en los últimos diez años se han desecado en su región cerca de 23.000 hectáreas de humedales y se han construido diques y otras obras de infraestructura para evitar que el agua pueda recuperar los espacios que le han sido arrebatados, para albergar unas cuantas cabezas adicionales del ganado.
En esas condiciones el río no tiene hacia dónde más crecer y, necesariamente, tiene que inundar a los pueblos y ciudades que se han construido en sus orillas. Y en las zonas rurales, alcanzar alturas que superan la capacidad de adaptación de las comunidades de la zona. ¿Qué otra cosa puede hacer?
En esta dramática temporada invernal ha resultado muy interesante oir al ministro de Transporte cuando afirma que la culpa del desastre que afecta a la red vial del país, no se le puede echar de manera exclusiva a la lluvia, sino que hay que tener en cuenta que muchas de las carreteras afectadas han sido diseñadas y construidas sin tener en cuenta las características y las limitaciones del territorio que esas vías atraviesan[2].
¿Quiénes son, entonces, "El Niño" y "La Niña"?
La Tierra es un organismo vivo en permanente movimiento y transformación. El clima y el tiempo (en sentido meteorológico), son dos de las expresiones más evidentes de esa condición cambiante de nuestro planeta.
Los meteorólogos hablan de "variabilidad climática" para referirse a los cambios que de manera permanente experimenta el tiempo, que va desde las estaciones  (primavera, verano, otoño e invierno en los países "de clima templado" y "estaciones secas" y "estaciones lluviosas" en nuestra región intertropical) hasta los cambios que se producen en el curso de un sólo día.
Por ejemplo, el cielo despejado en las mañanas y los fuertes aguaceros en la tarde. Y claro, los cambios del clima en períodos muy prologados, que para el caso de lo que hoy es Bogotá, determinaron que hace unos 12.000 años los hielos cubrieran los cerros orientales y llegaran hasta los actuales límites de la parte plana de Bogotá; o que hace unos dos y medio millones de años la vegetación de la sabana fuera similar a la que hoy encontramos, mil metros más arriba, en el páramo de Sumapaz.
Otra de las manifestaciones de la "variabilidad climática" es el llamado ENOS ó El Niño Oscilación Sur, que comprende una fase de calentamiento de las aguas del Océano Pacífico frente a las costas suramericanas (fase "El Niño"), una fase de enfriamiento de esas mismas aguas por debajo de la temperatura normal (fase "La Niña", como la actual) y una fase neutra, durante la cual esas aguas conservan su temperatura habitual.
El nombre "El Niño" proviene de los pescadores del Perú, que notaron que esa expresión de la variabilidad climática se solía producir en cercanías de la Navidad.
Apenas medio grado
Los estudiosos de ENOS, como el neozelandés Kevin E. Trenberth, del National Center for Atmospheric Research de Boulder, Colorado, explican que "El Niño" se produce cuando durante seis o más meses hay un calentamiento de las aguas oceánicas de por lo menos medio grado Celsius por encima de la temperatura media; y que "La Niña" aparece cuando la temperatura media desciende por lo menos en esa misma cantidad.
De ENOS y sus expresiones, "El Niño" y "La Niña", se afirma que son cuasi-periódicos, es decir, que no aparecen con intervalos totalmente regulares.
Sin embargo, algunos investigadores, aproximando cifras recogidas durante los últimos 50 años, afirman que el periodo de retorno del fenómeno suele oscilar entre tres  y cinco años, mientras que el periodo de retorno de ENOS intensos anda entre los 15 y los 20 años.
Si bien el fenómeno se origina en los intercambios de energía entre el Océano Pacífico central y el agua frente a las costas suramericanas, ese pequeño ascenso o descenso de la temperatura de las aguas del mar basta para alterar totalmente el clima y el tiempo de La Tierra durante los meses en que tiene lugar.
"El Niño" y "La Niña" no se expresan de la misma manera en los distintos lugares del planeta, ni en las distintas regiones dentro de un mismo país.
Así, por ejemplo, en algunas regiones de Colombia, "El Niño" se caracteriza por la ausencia de lluvias, que provocan fuertes sequías, incendios forestales y heladas en las zonas altas, así como un fuerte descenso del nivel de los embalses o presas para la generación hidroeléctrica.
Y "La Niña" suele manifestarse en un aumento  de las lluvias, que a su vez produce inundaciones, deslizamientos, crecientes de ríos, destrucción de puentes, carreteras y de otras obras de infraestructura, la pérdida de cosechas y la destrucción de viviendas como los estamos contemplando actualmente. 
Por supuesto, los seres humanos, sus animales, su economía, su calidad de vida y sus oportunidades se ven gravemente afectadas.
Sin cambio climático, ya se han presentado temporadas muy fuertes tanto de "El Niño" como de "La Niña". "El Niño" de 1982-83, por ejemplo, significó para el Perú pérdidas estimadas en dos mil millones de dólares como resultado de las intensas lluvias en la costa norte y la sequía que afectó el altiplano del sur. 
Como recordamos muchos habitantes de Colombia, entre 1992 y 1993 las sequías provocadas por "El Niño" obligaron al gobierno de Gaviria a ordenar fuertes racionamientos de energía.
En 1997 y 1998, uno de los más fuertes Niños que se han registrado, la temperatura promedio en el país estuvo entre 2 y 5 grados Celsius por encima del valor normal.
El clima,  chivo expiatorio
Los meteorólogos coinciden en afirmar que uno de los efectos esperados del cambio climático es la agudización de este tipo de fenómenos, lo que en la práctica quiere decir que en el futuro vamos a tener temporadas ENOS más frecuentes y más fuertes. Lo que estamos presenciando hoy, bien puede significar que ese futuro ya llegó.
Sin embargo, no podemos tomar ni al cambio climático ni a "El Niño", ni a "La Niña", como chivos expiatorios para echarles la culpa de todos los desastres desencadenados por esas dinámicas hidrometeorológicas.
Si el desarrollo no se lleva a cabo teniendo en cuenta las características de los ecosistemas, con o sin cambio climático vamos a causar y tener grandes desastres.
La actual temporada de "La Niña" ocurre en el momento preciso para servir de "alerta roja", para que el Plan de Desarrollo del gobierno actual sea plenamente consciente de que, o sus cinco "locomotoras" avanzan respetando cuidadosamente la integridad y la diversidad de los ecosistemas (como, entre otras cosas, lo ordena la Constitución Nacional), o tarde o temprano pueden quedar hundidas bajo el agua. La naturaleza no admite apelación.
La naturaleza ha mejorado notablemente sus sistemas de cobro, y cada vez está siendo más evidente y de más corto plazo,  la relación de causa efecto entre las decisiones equivocadas del desarrollo y los desastres que estas generan.
* Doctor en Derecho y Ciencias Políticas y Sociales, primer director de la Corporación NASA KIWE, miembro fundador de LA RED (Red de Estudios Sociales sobre Desastres en América Latina). Consultor independiente y escritor.   

Cambio Climático: La fuerza de las ideas, los argumentos y los sueños

La Conferencia de la ONU sobre Clima debería concluir en un acuerdo que haga frente a las causas y los costos crecientes del desorden ambiental que amenaza al planeta.


Un nuevo intento
Delegaciones de la mayor parte de los países del mundo asisten en Cancún, México, a una nueva Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático para intentar, como en las anteriores reuniones, llegar a acuerdos multilaterales, decisivos para el futuro del mundo.
Aunque todavía subsisten incrédulos respecto de la responsabilidad de la especie humana en el proceso del calentamiento global, éstos son cada día menos ante las evidencias científicas apabullantes, que están demostrando cómo, efectivamente, nuestra forma de relación con la naturaleza, nuestros patrones de consumo, el uso desbordado de combustibles fósiles y la deforestación, por mencionar sólo algunas realidades, llegaron a incidir sobre el clima del planeta.
Algunos de esos incrédulos cada día están más cercanos a quienes sostenían que la Tierra es plana, o a aquellos que defendían que el universo giraba alrededor de La Tierra, o a quienes, todavía, se empecinan en decir que es imposible el movimiento de los continentes.
Otros persisten en negar las evidencias sobre el cambio climático por las profundas implicaciones que el reconocerlo representa para sus intereses, el de sus patrones y, en ocasiones, el de mecenas generosos.
Pero también hay muchas otras personas a quienes estos temas simplemente no les interesan...Siempre ha sido así.
Poca disposición
Ahora bien, ¿qué tan dispuesta está la sociedad en su conjunto para cambiar los patrones de consumo?,  ¿qué tanto están dispuestos los gobiernos a comprometerse a fondo en cambios estructurales que disminuyan, en unos 40 o 50 años, las curvas de crecimiento de los Gases de Efecto Invernadero (GEI), para llegar a valores en donde el clima no resulte tan afectado?
Parece que hay poca disposición para hacer cambios; los analistas e, incluso, los negociadores, son escépticos respecto de los resultados de la cumbre de Cancún y salvo que se presenten insólitas o novedosas propuestas, o que aparezca una pléyade de gobiernos altruistas con gran peso político y dispuestos a hacer cambios -esos no existen- los resultados están cantados.
No se llegará a los acuerdos sustantivos respecto de la mitigación de GEI, ni sobre el pretendido Fondo de Adaptación.
Seguramente saldrán comunicados altisonantes, en los que dirán cuánto les importa el planeta; eventualmente se llegará a algunos acuerdos generales pero no vinculantes, que deberán ser desarrollados en futuras Conferencias y, eventualmente, se podría llegar a un acuerdo respecto de un mecanismo económico, basado en Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Evitada más conocido como REDD+ o REDD plus.
Los costos para Colombia
¿Qué representa esto para Colombia? ¿Estamos preparados ante los efectos del cambio climático?, ¿Qué tanto nos pueden afectar los fenómenos climáticos extremos -su aumento e intensidad- y las variaciones esperadas por lluvias, sequías, y temperaturas extremas a mediano y largo plazo?, ¿Qué tan vulnerables somos?
Las respuestas a estas preguntas no son buenas.
- En Colombia la mayor parte de la población se encuentra asentada en las zonas Andina y  Caribe.
-La infraestructura vial transcurre en un alto porcentaje por terrenos con altas pendientes, donde la posibilidad de deslizamientos, avalanchas o riadas y la de inundaciones que impidan el tránsito en las partes bajas, son muy elevadas. Entre otras razones, porque el diseño de las vías nunca ha considerado de manera adecuada estos fenómenos y se ha llegado a que, año tras año, haya que destinar cuantiosos recursos para atender las  emergencias repetidas, que bien podrían evitarse con diseños viales apropiados y constructores honestos.
- Si estas son las consecuencias de las condiciones meteorológicas actuales, fácilmente constatables ante las precipitaciones que estamos viviendo con el fenómeno de "La Niña", lo que se espera con el aumento de las lluvias es que se intensifique el aislamiento e, incluso, que se llegue a la parálisis de algunas regiones con las consecuentes pérdidas económicas.
- La región Caribe tiene extensas zonas que históricamente han sido de inundación, donde  - por una inadecuada ocupación del territorio y por la permisividad atribuible a falta de normas o a falta de autoridad que haga cumplirlas- con obras mal diseñadas o mal mantenidas, se ha permitido establecer asentamientos humanos y desarrollar proyectos destinados ellos mismos a sufrir las consecuencias de las  inundaciones.
- En las ciudades andinas, las poblaciones social y económicamente más vulnerables, asentadas en zonas de ladera, son las más susceptibles a las emergencias que ocasionan las riadas y los grandes desplazamientos de tierra.
- Los pobres que viven en las llanuras, en zonas de manglares, en playones o islas, de tiempo en tiempo están sometidos a grandes inundaciones causadas por el crecimiento de ríos y quebradas.
- Además, con el aumento del nivel del mar, se prevé que extensas regiones en el Caribe y en el Pacífico queden sometidas a ser zonas de inundación, de suerte que los poblados tendrán que relocalizarse.
- La Comunicación Nacional de Cambio Climático determinó que los ecosistemas y los sectores productivos, especialmente el agropecuario y el energético, son altamente vulnerables a la disminución de la precipitación pluvial, teniendo en cuenta que los escenarios de cambio climático dan cuenta de que se presentará una disminución de lluvias, entre un 10 y un 30 por ciento, especialmente en las zonas Andina y Caribe.
Se indica, por ejemplo, que alrededor de un 47 por ciento del total de las áreas de economía campesina, el 50 por ciento de las de pasturas y el 43 por ciento del total de generación eléctrica con agua existente y proyectada, registrarán un muy alto impacto por la reducción de la lluvias en el período comprendido entre los años 2011 a 2040.
Compensación por menos emisiones de GEI
Teniendo en cuenta las bajas emisiones de GEI de Colombia -apenas un  0,37 por ciento del total mundial- y el grave daño que ese tipo de contaminación ocasiona en términos ecosistémicos, económicos y sociales, es evidente la importancia que tiene para el país el que se llegue a acuerdos que establezcan metas de reducción de esos gases y la creación de fondos y mecanismos económicos que les permitan a los países con menor capacidad económica y mayor vulnerabilidad, adaptarse a las cambiantes condiciones del clima.
Colombia siempre ha abogado para que no se establezcan límites a emisiones en los países en vías de desarrollo que son bajos emisores, como el nuestro, pero es difícil pensar que las naciones desarrollados y las grandes economías en vías de desarrollo (Brasil, China, India) estén dispuestas a asumir compromisos económicos en materia de adaptación sin que, a cambio, se establezcan también metas de reducción de GEI a los demás países del mundo.
Este tema es el principal escollo que hay que resolver, aunque hasta la fecha no se vislumbran acuerdos en ese sentido.
Pagar por conservar
Respecto del mecanismo económico REDD plus, que permitiría pagarles a los países -mejor aun, a las comunidades- que aún cuentan con bosques para que no los deforesten o para que éstos no se degraden, se ha avanzado en acuerdos previos a la Cumbre de Cancún.
Se calcula que efectivamente es posible que se llegue a un acuerdo vinculante sobre este mecanismo. Las diferencias aún persisten en cuanto a sí la contabilidad sobre deforestación deben hacerse a escala nacional (reporte de país con las cifras de deforestación) o subnacional (reporte por regiones, dada la limitada gobernabilidad que tienen algunos países sobre su territorio).
Este mecanismo puede generar los recursos económicos que en alguna medida permitan coadyuvar para que las comunidades en donde se tienen bosques no los talen y sean protegidos, y para que no se dediquen, además, a actividades con alto poder degradador y contaminante, como es el caso de la minería en el Chocó.
Lo que queremos dejar
Es de esperar que en Cancún se den respuestas a uno de los mayores retos de la humanidad, que representa a su vez la viabilidad o inviabilidad de la búsqueda de soluciones comunes, enmarcado en acuerdos intergubernamentales vinculantes.
Estos acuerdos permitirían reorientar el desarrollo humano hacia prácticas más conscientes sobre la finitud de los recursos naturales, sobre el planeta que queremos dejarles a las generaciones futuras y sobre los valores que queremos inculcarles a nuestros hijos.
El que se tengan fracasos tan grandes en este tipo de acuerdos multilaterales, como en Doha, no es razón para creer que ante la magnitud de las afectaciones climáticas mundiales que se pueden derivar de la inacción, no se pueda llegar a acuerdos.
Esperamos que la razón llegue a los negociadores y que se materialicen algunos acuerdos... Seguramente no se llegará a todos, pero la humanidad ha mostrado, en ocasiones, que el poder de la razón, de los argumentos, de las ideas y de los sueños, ha logrado mejorar situaciones y evitar catástrofes.
* Geólogo, experto en Geología Ambiental, Políticas, Gestión e Información Ambiental.

http://www.razonpublica.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1612:cambio-climatico-la-fuerza-de-las-ideas-los-argumentos-y-los-suenos&catid=20:economia-y-sociedad&Itemid=29

Deforestación ha hecho de este invierno una tragedia

Deforestación ha hecho de este invierno una tragedia
La deforestación es uno de los mayores problemas que afronta Colombia en la actualidad, algo que pone en riesgo la biodiversidad nacional. / Unimedios
La deforestación es uno de los mayores problemas que afronta Colombia en la actualidad, algo que pone en riesgo la biodiversidad nacional. / Unimedios
Bogotá D.C., dic. 07 de 2010 - Agencia de Noticias UN - La relación es directa: menos cobertura vegetal es igual a más vulnerabilidad por fenómenos invernales como el actual. En ese sentido, la prevención ha sido casi nula en nuestro país.
Orlando Rangel, autoridad en el tema de biodiversidad y conservación del Instituto de Ciencias Naturales de la UN, asegura que es tal el grado de deforestación que vive el país que en regiones como el Magdalena Medio la cobertura vegetal ya retrocedió hasta el 50% en relación con la distribución original, esto en tan solo en 25 años.
En el país, la pérdida de capa vegetal está cercana al 35%, principalmente en las regiones Andina y Caribe, donde se hallan las mayores concentraciones humanas. Según Rangel, se calcula que la deforestación al año, solo en el Magdalena Medio, es de 82 mil hectáreas. Esto se debe, dice, a que Colombia es un país que consume mucha madera (unos cuatro millones de metros cúbico al año). Asimismo, destaca que solo el 20% de esa madera proviene de plantaciones forestales.
“Si consideramos otros tres puntos geográficos en Colombia, como el Chocó, los Andes y la Orinoquia, tendríamos 240.000 hectáreas anuales que se incorporan a la producción agropecuaria. A esto se deben sumar 130.000 hectáreas anuales de bosque nativo para el consumo de madera y 30.000 hectáreas que se dedican a los cultivos ilícitos, cuyo estimativo oscila entre 400.000 y 450.000 hectáreas de cobertura natural que se pierde cada año en Colombia”, afirma el profesor Rangel.
Por otro lado, asegura el experto, Colombia es un país privilegiado en recursos hídricos debido a su ubicación geográfica entre dos océanos, lo que permite contar con una atmósfera que nos provee de agua en grandes cantidades.
“Esa es una situación que siempre ha sido así. La actual temporada invernal se ha repetido en el pasado, muchas veces. Lo que pasa es que no tenemos registros pluviales históricos que nos permitan hacer valoraciones y comparaciones, mucho menos tomar medidas de mitigación, ha faltado institucionalidad en ese sentido”, resalta el profesor Rangel.
Es como si camináramos a ciegas hacia el futuro; al no conocer los fenómenos meteorológicos del pasado se hace muy difícil prever lo que vendrá en próximos años. Sin embargo, enfatiza Rangel, la academia puede entregar argumentos lo suficientemente sustentados y validados para paliar buena parte de los efectos del clima en una época en que la cobertura vegetal no es la misma de décadas atrás.
“Si fuéramos conscientes de nuestra situación tan excepcional como país, podríamos adoptar ciertas medidas de prevención para mitigar el impacto, porque este tipo de inviernos no será el último, vendrán muchos más. En el país se deben adoptar medidas fuertes para evitar la creciente pérdida de cobertura vegetal, porque en mi opinión ese es uno de los mayores problemas que tiene el país”, indicó el profesor.
También explica que la deforestación ha hecho de este invierno una tragedia debido a que no se le está permitiendo al agua tener los ciclos normales de circulación y recarga. Como nos lo enseñan desde los primeros años de colegio, el agua se evapora, asciende para recargar las nubes y luego una buena parte se precipita.
Parte del líquido que cae es utilizado por la vegetación, otra parte entra a las correntías del subsuelo y otra retorna al mar o a los sitios de captación natural.
“Cuando la capa vegetal es retirada no hay nada que permita amortiguar los excesos de agua y por eso la tierra se satura, no hay barreras naturales de protección. Esa sobrecarga de agua es la que produce los movimientos en masa”, detalla Orlando Rangel.
Es por eso que las escenas de carreteras taponadas se repiten a lo largo y ancho de la Región Andina del país, donde ha sido borrado del mapa cerca del 60% de los bosques que ayudaban a “amarrar” la tierra.
El mensaje del profesor Rangel es directo: las instituciones oficiales no deben ver a la academia como un rival sino como un aliado para buscar soluciones ante fenómenos como la deforestación y el cambio climático.
Sin un sector estatal con criterios técnicos y científicos de calidad, sustentados en investigaciones y proyecciones de largo tiempo, el país seguirá improvisando en temas como el del invierno y lamentándose cada año.