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domingo, 12 de diciembre de 2010

La oleada invernal: el clima y el modelo de desarrollo

Lunes, 06 de Diciembre de 2010 00:52 No hay desastres naturales sino respuestas de la naturaleza a las acciones humanas o incapacidades humanas para convivir con la naturaleza.

Una tragedia anunciada
Este año, nuevamente, más de medio país se encuentra gravemente afectado por los efectos de la ola invernal sobre unos territorios, unas comunidades y una institucionalidad que han perdido su capacidad para convivir sin traumatismos con los cambios del clima.
El fenómeno no es nuevo y se suele repetir años tras año. Recordemos que a principios de este año medio país se encontraba afectado por la temporada seca, cuyas manifestaciones más dramáticas eran los incendios forestales y los racionamientos  de agua (o en algunos lugares, la mera amenaza de racionamiento). Casi sin solución de continuidad pasamos de los desastres del verano a los desastres del invierno.
Gustavo_Wilches_Chaux
Los reportes oficiales informan que hasta la fecha en esta temporada invernal se han registrado 161 muertos, 223 heridos, 20 desaparecidos, 1.351.000 personas y 285.149 familias afectadas, 1.785 viviendas destruidas y 229.577 viviendas averiadas.
Bolívar, Magdalena, Córdoba, Sucre, Chocó y Antioquia son los departamentos que registran el mayor número de emergencias, pero el fenómeno afecta a otros muchos  departamentos del país.
No es la primera vez que la Sabana de Bogotá sufre los efectos de una fuerte  temporada invernal, pero el hecho de que el desastre toque a las puertas de la ciudad capital (y se meta a algunos de sus barrios) genera una mayor conciencia sobre la dimensión de los riesgos que todo el país se está viendo obligado a afrontar.
No estamos frente a dramas que solamente ocurren en regiones marginales, sino ante una realidad que también llegó a Bogotá.
Hace pocos días el presidente Santos manifestó que los daños ascienden a 86 mil millones de pesos, y que el Gobierno Nacional recurrirá a un crédito de emergencia por valor de 150 millones de dólares para hacer frente al desastre, tarea en la cual invertirá además otros 25 millones de dólares incautados al narcotráfico[1].
Desastre no natural... aunque es "natural" que se presente
Desde hace casi dos décadas, muchas personas (entre otras las que conformamos LA RED: Red de Estudios Sociales sobre Desastres) venimos insistiendo en la necesidad de quitarles el adjetivo "naturales" a los desastres. Por una simple razón: los desastres no los provoca la naturaleza, sino la incapacidad de las comunidades humanas para convivir tranquilamente con los efectos de las dinámicas naturales.
Esa batalla parece perdida, y todos los días oimos hablar con más frecuencia de "desastres naturales", incluso frente a desastres tan evidentemente generados por descuido humano, como la explosión del pozo "Macondo" en el Golfo de México.
¿Y por qué esa insistencia? No es solamente por inquietud académica ni por terquedad.
Cuando explícita o implícitamente le echamos a la naturaleza la culpa de los desastres, ocultamos los verdaderos factores que los provocan y, en consecuencia, dejamos de actuar sobre las causas, para limitarnos a ver cómo unos organismos de socorro sobrecargados de responsabilidades, intentan -esta vez literlamente- "rescatar a los náufragos".
Mientras tanto, seguimos sin cuestionar una manera de concebir y de llevar a cabo el desarrollo, que cada vez genera más "naufragios".
Las sabanas pertenecieron al agua ¿intenta recuperarlas?
La humanidad se demoró muchas generaciones en comprender que existe una relación de causa-efecto entre el acto sexual y el parto que suele ocurrir en promedio nueve meses después. 
Lo mismo nos sucede ahora con los desastres: a pesar de que la naturaleza habla cada vez de manera más clara y más contundente, todavía no reconocemos la relación de causa-efecto que existe entre determinadas decisiones sobre el desarrollo y la ocurrencia de algún desastre en particular.
La ciudad de Bogotá, con sus casi 40.000 hectáreas construidas y sus ocho millones de habitantes, crece día a día sobre un territorio que, de alguna manera, todavía pertenece al agua y que hasta hace unos 28.000 años ocupó el hoy llamado Lago de Humboldt, que se "desaguó" por el Salto del Tequendama cuando, de acuerdo con la leyenda muisca, Bochica removió ese tapón.
A Fernando Virviescas, ex rector de la Universidad Nacional, le oí por primera vez el dato de que Bogotá y sus alrededores comenzaron el siglo XX con 50.000 hectáreas de humedales y lo terminaron con 600 hectáreas. Lo que quiere decir que a lo largo de aproximadamente 60 años de ese siglo reciente, se desecaron 49.400 hectáreas de humedales para construir esta ciudad.

Gustavo_Wilches1Y así se ve hoy Bogotá. En el recuadro amarillo están el aeropuerto Eldorado y la Avenida 26.

No se necesita la presencia de un agudo fenómeno de "La Niña" como el que ahora afecta a esta región del continente suramericano, para que las fuertes lluvias (que también existen sin "La Niña") ocasionen desastres.
Imprevisión y ambición
Con alguna frecuencia presenciamos las inundaciones en lugares en donde los humedales han sido desecados para construirles encima una barrio o una autopista, o en sectores de Bogotá construidos por debajo del nivel del río Tunjuelito o del río Bogotá.
En otras regiones de Colombia, como la Depresión Momposina, la Mojana o el departamento de Córdoba, en los dominios del Sinú, la dinámica del agua todavía sigue mandando la parada, como lo ha hecho desde que la evolución orográfica del territorio determinó que grandes ríos de lo que hoy es Colombia, como el Magdalena, el Cauca, el San Jorge y el Sinú, depositaran sus aguas en la llanura del Caribe, muchos kilómetros antes de desembocar "oficialmente" en el mar.
Gustavo_Wilches_Chaux1
El territorio mismo fue creando dobladillos, como las ciénagas y los humedales,  que le permitieran acoger las aguas excesivas durante la temporada invernal.
Las culturas que surgieron en estrecho contacto con esas dinámicas, desarrollaron estrategias que no solamente les permitían convivir con las inundaciones, sino que hacían de ellas una bendición.
Eran las culturas que el maestro Orlando Fals Borda llamó "anfibias", de las cuales existen todavía varios remanentes vivos en esa parte del país. 
Gustavo_Wilches_Chaux2
El Bajo Magdalena es uno de los territorios colombianos que pertenecen al agua
No hace más de dos meses un grupo de comunidades vecinas del Bajo Sinú, herederas directas de las estrategias de "gestión territorial" de la cultura Zenú, denunciaron que en los últimos diez años se han desecado en su región cerca de 23.000 hectáreas de humedales y se han construido diques y otras obras de infraestructura para evitar que el agua pueda recuperar los espacios que le han sido arrebatados, para albergar unas cuantas cabezas adicionales del ganado.
En esas condiciones el río no tiene hacia dónde más crecer y, necesariamente, tiene que inundar a los pueblos y ciudades que se han construido en sus orillas. Y en las zonas rurales, alcanzar alturas que superan la capacidad de adaptación de las comunidades de la zona. ¿Qué otra cosa puede hacer?
En esta dramática temporada invernal ha resultado muy interesante oir al ministro de Transporte cuando afirma que la culpa del desastre que afecta a la red vial del país, no se le puede echar de manera exclusiva a la lluvia, sino que hay que tener en cuenta que muchas de las carreteras afectadas han sido diseñadas y construidas sin tener en cuenta las características y las limitaciones del territorio que esas vías atraviesan[2].
¿Quiénes son, entonces, "El Niño" y "La Niña"?
La Tierra es un organismo vivo en permanente movimiento y transformación. El clima y el tiempo (en sentido meteorológico), son dos de las expresiones más evidentes de esa condición cambiante de nuestro planeta.
Los meteorólogos hablan de "variabilidad climática" para referirse a los cambios que de manera permanente experimenta el tiempo, que va desde las estaciones  (primavera, verano, otoño e invierno en los países "de clima templado" y "estaciones secas" y "estaciones lluviosas" en nuestra región intertropical) hasta los cambios que se producen en el curso de un sólo día.
Por ejemplo, el cielo despejado en las mañanas y los fuertes aguaceros en la tarde. Y claro, los cambios del clima en períodos muy prologados, que para el caso de lo que hoy es Bogotá, determinaron que hace unos 12.000 años los hielos cubrieran los cerros orientales y llegaran hasta los actuales límites de la parte plana de Bogotá; o que hace unos dos y medio millones de años la vegetación de la sabana fuera similar a la que hoy encontramos, mil metros más arriba, en el páramo de Sumapaz.
Otra de las manifestaciones de la "variabilidad climática" es el llamado ENOS ó El Niño Oscilación Sur, que comprende una fase de calentamiento de las aguas del Océano Pacífico frente a las costas suramericanas (fase "El Niño"), una fase de enfriamiento de esas mismas aguas por debajo de la temperatura normal (fase "La Niña", como la actual) y una fase neutra, durante la cual esas aguas conservan su temperatura habitual.
El nombre "El Niño" proviene de los pescadores del Perú, que notaron que esa expresión de la variabilidad climática se solía producir en cercanías de la Navidad.
Apenas medio grado
Los estudiosos de ENOS, como el neozelandés Kevin E. Trenberth, del National Center for Atmospheric Research de Boulder, Colorado, explican que "El Niño" se produce cuando durante seis o más meses hay un calentamiento de las aguas oceánicas de por lo menos medio grado Celsius por encima de la temperatura media; y que "La Niña" aparece cuando la temperatura media desciende por lo menos en esa misma cantidad.
De ENOS y sus expresiones, "El Niño" y "La Niña", se afirma que son cuasi-periódicos, es decir, que no aparecen con intervalos totalmente regulares.
Sin embargo, algunos investigadores, aproximando cifras recogidas durante los últimos 50 años, afirman que el periodo de retorno del fenómeno suele oscilar entre tres  y cinco años, mientras que el periodo de retorno de ENOS intensos anda entre los 15 y los 20 años.
Si bien el fenómeno se origina en los intercambios de energía entre el Océano Pacífico central y el agua frente a las costas suramericanas, ese pequeño ascenso o descenso de la temperatura de las aguas del mar basta para alterar totalmente el clima y el tiempo de La Tierra durante los meses en que tiene lugar.
"El Niño" y "La Niña" no se expresan de la misma manera en los distintos lugares del planeta, ni en las distintas regiones dentro de un mismo país.
Así, por ejemplo, en algunas regiones de Colombia, "El Niño" se caracteriza por la ausencia de lluvias, que provocan fuertes sequías, incendios forestales y heladas en las zonas altas, así como un fuerte descenso del nivel de los embalses o presas para la generación hidroeléctrica.
Y "La Niña" suele manifestarse en un aumento  de las lluvias, que a su vez produce inundaciones, deslizamientos, crecientes de ríos, destrucción de puentes, carreteras y de otras obras de infraestructura, la pérdida de cosechas y la destrucción de viviendas como los estamos contemplando actualmente. 
Por supuesto, los seres humanos, sus animales, su economía, su calidad de vida y sus oportunidades se ven gravemente afectadas.
Sin cambio climático, ya se han presentado temporadas muy fuertes tanto de "El Niño" como de "La Niña". "El Niño" de 1982-83, por ejemplo, significó para el Perú pérdidas estimadas en dos mil millones de dólares como resultado de las intensas lluvias en la costa norte y la sequía que afectó el altiplano del sur. 
Como recordamos muchos habitantes de Colombia, entre 1992 y 1993 las sequías provocadas por "El Niño" obligaron al gobierno de Gaviria a ordenar fuertes racionamientos de energía.
En 1997 y 1998, uno de los más fuertes Niños que se han registrado, la temperatura promedio en el país estuvo entre 2 y 5 grados Celsius por encima del valor normal.
El clima,  chivo expiatorio
Los meteorólogos coinciden en afirmar que uno de los efectos esperados del cambio climático es la agudización de este tipo de fenómenos, lo que en la práctica quiere decir que en el futuro vamos a tener temporadas ENOS más frecuentes y más fuertes. Lo que estamos presenciando hoy, bien puede significar que ese futuro ya llegó.
Sin embargo, no podemos tomar ni al cambio climático ni a "El Niño", ni a "La Niña", como chivos expiatorios para echarles la culpa de todos los desastres desencadenados por esas dinámicas hidrometeorológicas.
Si el desarrollo no se lleva a cabo teniendo en cuenta las características de los ecosistemas, con o sin cambio climático vamos a causar y tener grandes desastres.
La actual temporada de "La Niña" ocurre en el momento preciso para servir de "alerta roja", para que el Plan de Desarrollo del gobierno actual sea plenamente consciente de que, o sus cinco "locomotoras" avanzan respetando cuidadosamente la integridad y la diversidad de los ecosistemas (como, entre otras cosas, lo ordena la Constitución Nacional), o tarde o temprano pueden quedar hundidas bajo el agua. La naturaleza no admite apelación.
La naturaleza ha mejorado notablemente sus sistemas de cobro, y cada vez está siendo más evidente y de más corto plazo,  la relación de causa efecto entre las decisiones equivocadas del desarrollo y los desastres que estas generan.
* Doctor en Derecho y Ciencias Políticas y Sociales, primer director de la Corporación NASA KIWE, miembro fundador de LA RED (Red de Estudios Sociales sobre Desastres en América Latina). Consultor independiente y escritor.   

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