Evidencias contundentes sobre el absurdo modelo de urbanización que avanza como mancha de aceite en la Sabana de Bogotá, no dejan la menor duda de que las inundaciones que afligen a buena parte de los ocupantes de la ronda del río Bogotá y de sus afluentes tienen un solo culpable: el modelo irracional de urbanización, impulsado por las autoridades y los especuladores del suelo. Y los remedios que se proponen por estos días no harían más que agravar el problema.
Culpable: el modelo de Urbanización
Mientras sigue la temporada de lluvias y aumentan el número de damnificados y los costos de la reconstrucción, igual se sigue desnudando la realidad del modelo de urbanización con todas sus precariedades, además de la lentitud casi indolente de la acción estatal que, en rigor, es apenas reacción caritativa y asistencial, como corresponde a un establecimiento feudal y clientelista.
Mientras tanto, brilla por su ausencia la discusión sobre el modelo de urbanización, que más que corregirse, parece ir en camino de consolidarse. Y si quedan dudas sobre las causas de las dramáticas situaciones que padecen millones de personas a lo largo y ancho del país, puede contribuir a despejarlas la presente reflexión sobre algunas de las manifestaciones más notorias del modelo de ocupación de la Sabana del Río Bogotá.
Porque si en algún lugar se expresan con toda contundencia las consecuencias del mal manejo histórico de los recursos naturales y la indebida ocupación del suelo, es en esta subregión del centro de Cundinamarca, que dilapida las oportunidades derivadas de rodear a una metrópolis con dinámicas políticas, económicas y sociales suficientes, en condiciones adecuadas, para impulsar el desarrollo y el mejoramiento de la calidad de vida de millones de personas que la habitan, y para jalonar al resto del país, aunque no se la mencione ni se le trate como su más potente locomotora.
El modelo de urbanización de la Sabana del Río Bogotá
Es usual pensar que un modelo de urbanización se refiere estrictamente al perímetro urbano y, en consecuencia, solo se menciona a la población que vive en las cabeceras y ciudades. Pero nada más errado conceptualmente y más alejado de la realidad.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y más aún a raíz de las recientes discusiones sobre el cambio climático, el concepto de lo urbano se amplió para reconocer que la ciudad también es campo y es red de ciudades, y que las interrelaciones con estos otros ámbitos son cruciales, tanto para la sostenibilidad como para la competitividad y la equidad urbanas y regionales.
Además, el urbanismo contemporáneo avanzado propone transformar la ciudad construida, por medio de la densificación y la compactación, antes que la expansión. Las fuerzas centrípetas y centrífugas que se generan en torno a un gran mercado urbano tienen la capacidad de afectar las áreas urbanas y rurales del entorno, por lo cual es preciso intervenir para canalizar tales fuerzas, a fin de evitar las consecuencias de un proceso espontáneo y desordenado, que pueden ser muy onerosas.
Durante aquella segunda mitad del siglo XX, el proceso de urbanización de Bogotá fue dejando su huella, no solo en el espacio contenido en su perímetro urbano, sino también en sus alrededores, de una manera que no solo es ajena a toda lógica, sino que es la razón fundamental del problema actual de las llamadas "inundaciones".
La vulnerabilidad de la subregión emergió con claridad y gravedad en un estudio [1] de 2007 sobre las condiciones de ocupación de la Sabana del Rio Bogotá[2], que pronosticó un panorama bastante oscuro, sobre la base de los análisis realizados a partir de imágenes satelitales de dicho año.
La realidad que describen las imágenes son demostración suficiente de que el proceso de urbanización se manifestó en distintas escalas:
Los rasgos de una conurbación al borde del caos
Los principales rasgos de esta conurbación son:
En tales términos, este modelo implica costos crecientes de transporte, restricciones severas para la prestación de servicios públicos y sociales a la población dispersa, dilapidación de recursos al tener que realizar grandes inversiones para procurar soluciones individuales, y problemas crecientes de seguridad y atención debida a los habitantes de las áreas suburbanas.
Este modelo por otra parte aumenta la dependencia y la presión sobre Bogotá, cuyo sistema económico y de servicios sociales debe atender a miles de personas que no tributan ni comparten la financiación de la ciudad ni de los municipios.
Pero además, esta ocupación indebida del suelo rural conlleva impactos graves en áreas potencialmente productivas, en los cerros y sobre una red hídrica que tiene como elemento principal al Río Bogotá (alimentado por seis ríos y más de cuatrocientas quebradas), y que cuenta con lagunas, embalses, vallados y veintisiete humedales.
La inundación, para eso existen los humedales
Conociendo estas características de la subregión, no deberían sorprender entonces las repetidas inundaciones que, justamente en este comportamiento, indican que son un fenómeno estructural, no coyuntural ni pasajero.
Sin embargo, alguna autoridad territorial señalaba como una novedad que estas zonas -las inundadas en la Sabana- son "como esponjas". No podría ser de otra manera, pues esta subregión durante miles de años, ha estado cubierta de humedales, que, según la definición del Convenio de RAMSAR:
"es una zona de la superficie terrestre que está temporal o permanentemente inundada, regulada por factores climáticos y en constante interrelación con los seres vivos que la habitan (énfasis agregado)."
Los humedales fueron sometidos a intensos procesos de drenaje en los lugares donde estos existen (relativamente escasos en el mundo), mientras se ignoró el verdadero carácter de estos ecosistemas, pero en la actualidad se reconoce su importancia en la conservación global y el uso sostenible de la biodiversidad, por sus funciones (regulación de la fase continental del ciclo hidrológico, recarga de acuíferos, estabilización del clima local), valores (recursos biológicos, pesquerías, suministro de agua) y atributos (refugio de diversidad biológica, patrimonio cultural, usos tradicionales) [3].
La existencia del Convenio RAMSAR es un indicador del interés global creciente en la preservación de tales ecosistemas, por su importancia económica, cultural, científica y recreativa, y de allí su determinación de intentar contener y, en la medida de lo posible, reversar -por la vía de la restauración y la rehabilitación-, la intrusión en los humedales y su desaparición, intentando evitar el daño ambiental severo, y en ocasiones irreparable, que esta genera.
No hace falta mucho esfuerzo para entender que la lluvia no es la causa de los desastres en la Sabana, tampoco el rio ni sus crecimientos. La causa es, sin lugar a dudas, la inadecuada ocupación de origen antrópico de las zonas de humedales.
Y con seguridad estos humedales seguirán comportándose así, con inundaciones recurrentes, para fortuna de quienes vivan aguas abajo o de quienes trabajen y produzcan en estos suelos, tan abundantes en agua, una de las riquezas estratégicas no solo para la vida humana, sino también como recurso económico en un futuro que parece cada vez más cercano.
Remedios disparatados
Pero las autoridades territoriales, y algunos aspirantes a serlo, parecen no saber de la existencia del Convenio RAMSAR, ni tener intención de ayudar a cumplirlo. Tampoco parecen entender el fenómeno de las inundaciones en la Sabana y sus soluciones no consultan tal realidad que, por el contrario, puede complicarse.
El Gobernador de Cundinamarca ha propuesto, entre sus improvisadas soluciones, almacenar el agua en represas, pero aun no dice nada sobre el sistema de manejo e irrigación que debería acompañar las represas, ni del saneamiento del río Bogotá o del manejo del sistema hídrico y de la cuenca en general.
Por esta vía, en vez de aprovechar la plataforma que ya construyó la naturaleza para almacenar y aprovechar el agua, habrá que gastarse dinero que no se tiene en cemento y concreto para construir represas, y el dinero que se tiene para seguir desecando este ecosistema estratégico.
También ha propuesto comprar las rondas de ríos y quebradas que estén ocupadas, aunque no se sabe por qué gastar dinero en comprar lo que por definición es un bien público, que si está en manos privadas es porque, muy seguramente, fue tierra adquirida ilegalmente.
Así las cosas, no solo seguirá estimulando la ocupación indebida, sino que le estará entregando la riqueza social a quienes se han apropiado de bienes públicos, mientras se queda sin con qué respaldar el urbanismo y el desarrollo urbano para soportar la construcción de viviendas, en condiciones dignas y seguras.
Por su parte, el candidato Enrique Peñalosa, quien dice pertenecer a un partido verde, ha propuesto que los recursos provenientes de la venta de la participación del Estado en Ecopetrol sirvan para comprar la tierra en los alrededores de las grandes ciudades, para que siga avanzando la mancha de aceite de la urbanización a ultranza.
En estos términos parece apoyar el modelo de urbanización que ha venido orientando el país desde 1950, que consiste en llevar a la población a vivir mayoritariamente a una pocas ciudades, mientras el campo se desocupa, con las implicaciones ya conocidas que este abandono ha generado durante sesenta años de conflicto armado sobre la seguridad: ambiental, alimentaria, ciudadana.
Tampoco parece coherente que un candidato "verde" este promoviendo mayor destrucción de humedales, o intensos procesos de especulación del valor del suelo, al anunciar la probable destinación de billones de pesos a la compra de tierra, o los procesos de desplazamiento de poblaciones locales que esta avaricia urbanizadora incita.
Ni es comprensible que, existiendo tantos instrumentos fiscales y de planificación para adelantar procesos de producción de suelo de manera concertada y equitativa, que generen una distribución equilibrada de cargas y beneficios, se siga acudiendo al expediente de vender activos para gastarse en tierras y cemento, y contribuir así a la concentración de la riqueza y a alimentar los apetitos de las elites rentistas.
Para complicar más las cosas, la presión de los constructores de vivienda está llevando al diseño de los llamados macroproyectos, en cabeza del Ministerio del Ambiente, que se localizarán en alguna parte de la Sabana, en las condiciones de amenaza latente para los humedales y para quienes allí vivan. Los dueños de la tierra y los constructores se harán a enormes ganancias, mientras que los dueños de las casas apostarán a la ruleta rusa con sus patrimonios.
Los resultados del estudio mencionado sobre la Sabana llevaron a someter a discusión los efectos del ordenamiento territorial municipal y del modelo de urbanización que el país ha venido promoviendo en los últimos sesenta años.
Pero las autoridades nacionales y territoriales están evadiendo esta discusión, para seguir haciendo las cosas de la misma manera que se han hecho, con las consecuencias conocidas y previsibles.
Sin embargo, no es posible que sigan sosteniendo que todo ha sido culpa de las lluvias. Es el modelo de urbanización del país, que diseña y construye hermosas casas y edificios inteligentes en suelo bruto. Y de la brutalidad de las autoridades no se puede responsabilizar a la naturaleza...
Culpable: el modelo de Urbanización
Mientras sigue la temporada de lluvias y aumentan el número de damnificados y los costos de la reconstrucción, igual se sigue desnudando la realidad del modelo de urbanización con todas sus precariedades, además de la lentitud casi indolente de la acción estatal que, en rigor, es apenas reacción caritativa y asistencial, como corresponde a un establecimiento feudal y clientelista.
Mientras tanto, brilla por su ausencia la discusión sobre el modelo de urbanización, que más que corregirse, parece ir en camino de consolidarse. Y si quedan dudas sobre las causas de las dramáticas situaciones que padecen millones de personas a lo largo y ancho del país, puede contribuir a despejarlas la presente reflexión sobre algunas de las manifestaciones más notorias del modelo de ocupación de la Sabana del Río Bogotá.
Porque si en algún lugar se expresan con toda contundencia las consecuencias del mal manejo histórico de los recursos naturales y la indebida ocupación del suelo, es en esta subregión del centro de Cundinamarca, que dilapida las oportunidades derivadas de rodear a una metrópolis con dinámicas políticas, económicas y sociales suficientes, en condiciones adecuadas, para impulsar el desarrollo y el mejoramiento de la calidad de vida de millones de personas que la habitan, y para jalonar al resto del país, aunque no se la mencione ni se le trate como su más potente locomotora.
El modelo de urbanización de la Sabana del Río Bogotá
Es usual pensar que un modelo de urbanización se refiere estrictamente al perímetro urbano y, en consecuencia, solo se menciona a la población que vive en las cabeceras y ciudades. Pero nada más errado conceptualmente y más alejado de la realidad.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y más aún a raíz de las recientes discusiones sobre el cambio climático, el concepto de lo urbano se amplió para reconocer que la ciudad también es campo y es red de ciudades, y que las interrelaciones con estos otros ámbitos son cruciales, tanto para la sostenibilidad como para la competitividad y la equidad urbanas y regionales.
Además, el urbanismo contemporáneo avanzado propone transformar la ciudad construida, por medio de la densificación y la compactación, antes que la expansión. Las fuerzas centrípetas y centrífugas que se generan en torno a un gran mercado urbano tienen la capacidad de afectar las áreas urbanas y rurales del entorno, por lo cual es preciso intervenir para canalizar tales fuerzas, a fin de evitar las consecuencias de un proceso espontáneo y desordenado, que pueden ser muy onerosas.
Durante aquella segunda mitad del siglo XX, el proceso de urbanización de Bogotá fue dejando su huella, no solo en el espacio contenido en su perímetro urbano, sino también en sus alrededores, de una manera que no solo es ajena a toda lógica, sino que es la razón fundamental del problema actual de las llamadas "inundaciones".
La vulnerabilidad de la subregión emergió con claridad y gravedad en un estudio [1] de 2007 sobre las condiciones de ocupación de la Sabana del Rio Bogotá[2], que pronosticó un panorama bastante oscuro, sobre la base de los análisis realizados a partir de imágenes satelitales de dicho año.
La realidad que describen las imágenes son demostración suficiente de que el proceso de urbanización se manifestó en distintas escalas:
- en la concentración enorme de población en Bogotá,
- en el crecimiento de la población de algunas de las áreas urbanas de los demás municipios,
- en la dispersión y localización irracional de edificaciones con distintos destinos en el suelo rural y,
- en últimas, en una mancha aleatoria y caprichosa que define una conurbación con rasgos de macro metrópolis o megalópolis, de muy dudosa calidad (ver gráfica siguiente).
Los rasgos de una conurbación al borde del caos
Los principales rasgos de esta conurbación son:
- la presencia de un fenómeno extendido de sub-urbanización, alentado por la permisividad en la subdivisión predial;
- la pérdida de límites de asentamientos históricos, que está definiendo el continuo suburbano;
- la ocupación de zonas de montaña y bosques, agravada por la construcción de vías de acceso y la intensificación del trafico;
- la alteración del paisaje, y
- la mezcla en corredores viales y áreas rurales de galpones destinados a la floricultura y otros cultivos, industrias, viviendas campestres, vivienda rural y condominios.
En tales términos, este modelo implica costos crecientes de transporte, restricciones severas para la prestación de servicios públicos y sociales a la población dispersa, dilapidación de recursos al tener que realizar grandes inversiones para procurar soluciones individuales, y problemas crecientes de seguridad y atención debida a los habitantes de las áreas suburbanas.
Este modelo por otra parte aumenta la dependencia y la presión sobre Bogotá, cuyo sistema económico y de servicios sociales debe atender a miles de personas que no tributan ni comparten la financiación de la ciudad ni de los municipios.
Pero además, esta ocupación indebida del suelo rural conlleva impactos graves en áreas potencialmente productivas, en los cerros y sobre una red hídrica que tiene como elemento principal al Río Bogotá (alimentado por seis ríos y más de cuatrocientas quebradas), y que cuenta con lagunas, embalses, vallados y veintisiete humedales.
La inundación, para eso existen los humedales
Conociendo estas características de la subregión, no deberían sorprender entonces las repetidas inundaciones que, justamente en este comportamiento, indican que son un fenómeno estructural, no coyuntural ni pasajero.
Sin embargo, alguna autoridad territorial señalaba como una novedad que estas zonas -las inundadas en la Sabana- son "como esponjas". No podría ser de otra manera, pues esta subregión durante miles de años, ha estado cubierta de humedales, que, según la definición del Convenio de RAMSAR:
"es una zona de la superficie terrestre que está temporal o permanentemente inundada, regulada por factores climáticos y en constante interrelación con los seres vivos que la habitan (énfasis agregado)."
Los humedales fueron sometidos a intensos procesos de drenaje en los lugares donde estos existen (relativamente escasos en el mundo), mientras se ignoró el verdadero carácter de estos ecosistemas, pero en la actualidad se reconoce su importancia en la conservación global y el uso sostenible de la biodiversidad, por sus funciones (regulación de la fase continental del ciclo hidrológico, recarga de acuíferos, estabilización del clima local), valores (recursos biológicos, pesquerías, suministro de agua) y atributos (refugio de diversidad biológica, patrimonio cultural, usos tradicionales) [3].
La existencia del Convenio RAMSAR es un indicador del interés global creciente en la preservación de tales ecosistemas, por su importancia económica, cultural, científica y recreativa, y de allí su determinación de intentar contener y, en la medida de lo posible, reversar -por la vía de la restauración y la rehabilitación-, la intrusión en los humedales y su desaparición, intentando evitar el daño ambiental severo, y en ocasiones irreparable, que esta genera.
No hace falta mucho esfuerzo para entender que la lluvia no es la causa de los desastres en la Sabana, tampoco el rio ni sus crecimientos. La causa es, sin lugar a dudas, la inadecuada ocupación de origen antrópico de las zonas de humedales.
Y con seguridad estos humedales seguirán comportándose así, con inundaciones recurrentes, para fortuna de quienes vivan aguas abajo o de quienes trabajen y produzcan en estos suelos, tan abundantes en agua, una de las riquezas estratégicas no solo para la vida humana, sino también como recurso económico en un futuro que parece cada vez más cercano.
Remedios disparatados
Pero las autoridades territoriales, y algunos aspirantes a serlo, parecen no saber de la existencia del Convenio RAMSAR, ni tener intención de ayudar a cumplirlo. Tampoco parecen entender el fenómeno de las inundaciones en la Sabana y sus soluciones no consultan tal realidad que, por el contrario, puede complicarse.
El Gobernador de Cundinamarca ha propuesto, entre sus improvisadas soluciones, almacenar el agua en represas, pero aun no dice nada sobre el sistema de manejo e irrigación que debería acompañar las represas, ni del saneamiento del río Bogotá o del manejo del sistema hídrico y de la cuenca en general.
Por esta vía, en vez de aprovechar la plataforma que ya construyó la naturaleza para almacenar y aprovechar el agua, habrá que gastarse dinero que no se tiene en cemento y concreto para construir represas, y el dinero que se tiene para seguir desecando este ecosistema estratégico.
También ha propuesto comprar las rondas de ríos y quebradas que estén ocupadas, aunque no se sabe por qué gastar dinero en comprar lo que por definición es un bien público, que si está en manos privadas es porque, muy seguramente, fue tierra adquirida ilegalmente.
Así las cosas, no solo seguirá estimulando la ocupación indebida, sino que le estará entregando la riqueza social a quienes se han apropiado de bienes públicos, mientras se queda sin con qué respaldar el urbanismo y el desarrollo urbano para soportar la construcción de viviendas, en condiciones dignas y seguras.
Por su parte, el candidato Enrique Peñalosa, quien dice pertenecer a un partido verde, ha propuesto que los recursos provenientes de la venta de la participación del Estado en Ecopetrol sirvan para comprar la tierra en los alrededores de las grandes ciudades, para que siga avanzando la mancha de aceite de la urbanización a ultranza.
En estos términos parece apoyar el modelo de urbanización que ha venido orientando el país desde 1950, que consiste en llevar a la población a vivir mayoritariamente a una pocas ciudades, mientras el campo se desocupa, con las implicaciones ya conocidas que este abandono ha generado durante sesenta años de conflicto armado sobre la seguridad: ambiental, alimentaria, ciudadana.
Tampoco parece coherente que un candidato "verde" este promoviendo mayor destrucción de humedales, o intensos procesos de especulación del valor del suelo, al anunciar la probable destinación de billones de pesos a la compra de tierra, o los procesos de desplazamiento de poblaciones locales que esta avaricia urbanizadora incita.
Ni es comprensible que, existiendo tantos instrumentos fiscales y de planificación para adelantar procesos de producción de suelo de manera concertada y equitativa, que generen una distribución equilibrada de cargas y beneficios, se siga acudiendo al expediente de vender activos para gastarse en tierras y cemento, y contribuir así a la concentración de la riqueza y a alimentar los apetitos de las elites rentistas.
Para complicar más las cosas, la presión de los constructores de vivienda está llevando al diseño de los llamados macroproyectos, en cabeza del Ministerio del Ambiente, que se localizarán en alguna parte de la Sabana, en las condiciones de amenaza latente para los humedales y para quienes allí vivan. Los dueños de la tierra y los constructores se harán a enormes ganancias, mientras que los dueños de las casas apostarán a la ruleta rusa con sus patrimonios.
Los resultados del estudio mencionado sobre la Sabana llevaron a someter a discusión los efectos del ordenamiento territorial municipal y del modelo de urbanización que el país ha venido promoviendo en los últimos sesenta años.
Pero las autoridades nacionales y territoriales están evadiendo esta discusión, para seguir haciendo las cosas de la misma manera que se han hecho, con las consecuencias conocidas y previsibles.
Sin embargo, no es posible que sigan sosteniendo que todo ha sido culpa de las lluvias. Es el modelo de urbanización del país, que diseña y construye hermosas casas y edificios inteligentes en suelo bruto. Y de la brutalidad de las autoridades no se puede responsabilizar a la naturaleza...
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