Creemos que el paradigma civilizatorio occidental entra en una fase de
confusión y dispersión, no querida por la intencionalidad de sus
postulados, en origen el iluminismo, pero sí provocada por el acentuado
uso de tecnologías destructivas en el manejo de sus componentes. Estamos
en presencia de una catástrofe paradigmática, que no debemos confundir
con una crisis sistémica, porque no existen posibilidades de recomponer
el rumbo trazado sin alterar completamente las invariantes que lo
alimentan.
Son tiempos difíciles realmente los que nos toca vivir, cómo podemos
hacer para, desde nuestros pequeños espacios vitales, escapar a las
confusiones en que se arriesga la plenitud, cuando intentamos
reflexionar actuando con las herramientas conceptuales de nuestra
cultura mestiza, a caballo entre una racionalidad hegemónica y estos
mínimos esbozos de un pensar renovador que pugna por recomponer el
sentido de las palabras en su precisa configuración histórica.
La devaluación a que ha sometido el desgaste académico a los conceptos,
nos compromete a cuidar el uso de las palabras como herramientas de lo
decible y como símbolos de lo innombrable. Sabemos que el horizonte
primigenio anuncia el cambio de
paradigma
de una civilización planetaria voraz y enceguecida, que no detiene su
carrera ante el inminente desastre que sobrevendrá inevitablemente, poco
más allá de lo pensable.
Cambio de
paradigma
es precisamente un vuelco necesario en la reflexión humana que debe
generar nuevos conceptos o bruñir los ya opacados por un uso
insustancial, como forma certera de pensar el hombre y el mundo sin los
lastres del pensamiento del determinismo y sus tecnologías de
apropiación.
Siempre lo paradigmático supone una extrema complejidad que hace a un conjunto en estado de indeterminación, con tal motivo el
paradigma
de la razón instrumental, que rige las relaciones al interior de la
globalización occidental, sufre, a pesar de sus epígonos, el
irreversible proceso de deterioro de sus postulados y las consecuencias
destructivas para el planeta y la biodiversidad que todos conocemos.
Asimismo los nuevos paradigmas que van apareciendo en el horizonte
simbólico de las culturas de la rebeldía, poseen la indeterminación de
lo que está aún en constante formulación y práctica incipiente.
No es posible adelantar la completitud del
paradigma,
no se puede modelizar a escala racional aquello indeterminado y siempre
en construcción, pero sí se sufren los efectos no buscados de la
aplicación de los mismos, cuando rompen los equilibrios inestables que
caracterizan a todo campo de complejidad en crecimiento, o cuando agotan
la imprescindible retroalimentación energética de sus componentes.
Creemos que el paradigma civilizatorio occidental entra en una fase de
confusión y dispersión, no querida por la intencionalidad de sus
postulados, en origen el iluminismo, pero sí provocada por el acentuado
uso de tecnologías destructivas en el manejo de sus componentes.
Estamos en presencia de una catástrofe paradigmática, que no debemos confundir con una
crisis
sistémica, porque no existen posibilidades de recomponer el rumbo
trazado sin alterar completamente las invariantes que lo alimentan.
Es posible que asistamos a la aceleración incontrolada de los elementos
de la complejidad que se friccionan y fusionan permanentemente para
encontrar un estado de no reposo devenido en estallido e
irreversibilidad con caracteres destructivos del campo mismo de
instalación del paradigma. Ello es así porque la dominancia ha cedido el
inestable equilibrio y allí se ha instalado la incertidumbre con su
carga de irracionalidad y energías disipativas, imposible de pensar en
los términos de la razón paradigmática, pero que interviene en el núcleo
mismo del campo postulado.
La posibilidad de pensar dentro del paradigma se ha cerrado por la
propia secuencia de irreversibilidad de sus trayectorias y solo cabe el
acontecer de la instalación de algún nuevo paradigma que recupere la
armonía de la complejidad perdida.
Lo impredecible se impone más allá de toda lógica racional , condensa
sin razón y a contramano, nuevos núcleos de sentido que alteran los
mapas evolutivos en protuberancias aún informes que sedimentan
topografías inexploradas rompiendo la geometría mensurable en términos
de las leyes de aproximación que informan sobre el rumbo cósmico.
Esto ya lo sabían los antiguos, ellos conocían sobre la caída y la
incertidumbre, buscaban desde tiempo inmemorial el necesario amparo y la
mediación sagrada que permitía recomponer el orden del caos más allá
del pensamiento y del instrumento.
Ellos nos hablaban de cosmovisiones, de mitos agónicos, de caída y
transfiguración, de muerte y resurrección, para simbolizar no otra cosa
que la totalidad paradigmática que daba fundamento a la instalación y a
la existencia, pero entendida como humildad y pertenencia en un mundo
“que así es”,en la cotidianidad del ritual de “vivir sin más” para la
germinación de la semilla cósmica.
La naturaleza no es el territorio de instalación del paradigma, la
naturaleza es el paradigma mismo como dador de vida y de sentido y así
los antiguos pensaban lo impensable, nombraban lo innombrable,
sacralizaban un espacio-tiempo de continuidad y ruptura, recuperaban la
infinitud de la rueda cósmica para el desamparo de la finitud de la
existencia.
Nosotros desde América tenemos el privilegio de poder descentrar el
pensamiento, no asimilados totalmente a la lógica del productivismo y
marginados mayoritariamente de los beneficios del consumo artificial,
podemos aún pisar un suelo originario y vivir un refugio simbólico en el
horizonte de una cultura mestiza y en rebeldía.
Nuestra auténtica condición de mestizos culturales habla ciertamente de
nuestra imposibilidad de ser en plenitud para la razón occidental,
siempre carecemos de aquello que completa la vida moderna , siempre
elaboramos esas asimetrías que afean la perfección creativa, siempre, en
suma, detrás de nuestras identidades construidas está la América
morena, la de las desmesuras y los exterminios.
Pero esa aparente incompletitud de estar en esta tierra es también un
estado de apertura hacia la totalidad, este singular desamparo es el
sendero que lleva hacia el abrigo sagrado, y todo paradigma insinúa la
presencia fundante de lo absoluto para poder vivir. Todo paradigma se
muestra como la creación entera de la forma de estar en el mundo y ser
hombre y mujer para la trascendencia.
La fragilidad de la condición humana y la intemperie de la morada
cósmica nos llevan a recomponer los ritos que permitieron nuestra vida
sobre la tierra y en esa condición errante andamos aunque lo neguemos
desde los falsos muros de la ciudad globalizada.
Y es aquí donde se instalan los sistemas, y trasladamos nuestra desnudez originaria a las
crisis
sistémicas, creemos que todo se debe a la crisis financiera,
energética, ambiental, productiva. Entonces lo que debe cambiar son los
sistemas, es decir las construcciones humanas que modifican el suelo y
prefiguran la vida de las sociedades. Los sistemas son imaginarios
cerrados, sus lógicas se disparan hacia la completitud, encierran a los
seres en proyectos y habitualidades que sólo tienen valor como conjunto
donde todas las variables ocupan espacios asignados y se relacionan
ontológicamente.
Los antiguos sistemas agrarios de las grandes civilizaciones respondían a
una lógica de subsistencia y almacenamiento imbricada profundamente con
los ciclos de siembra y los cursos de agua, con los equilibrios del
entorno natural y con los fundamentos sagrados de sus culturas. Eran
sistemas basados en la reciprocidad y el intercambio y alejados de las
lógicas productivas. Y su declinación respondió principalmente a las
guerras de conquista.
Los sistemas sociales contemporáneos, afirmados en el uso tecnológico de
la naturaleza y en el abuso del trabajo humano, responden a una lógica
intrínseca de acumulación y propiedad que acelera las fricciones
internas y la destrucción de los componentes del conjunto. Son sistemas
cerrados donde predomina la inteligencia especulativa y los
apoderamientos individuales.
El
sistema
capitalista moderno, y sus múltiples subsistemas desplegados, es un
sistema cerrado donde la razón instrumental se basa en la producción
acelerada y la acumulación infinita, no puede detenerse ni moderar su
carrera sin dañar la matriz energética que lo pone en movimiento, es un
sistema cerrado que empuja ferozmente hacia sus confines a los
marginados humanos y se alimenta de la sobreexplotación de los bienes
comunes planetarios.
En esta última etapa de su desarrollo en las últimas décadas de la modernidad, se ha producido un hecho singular: el
sistema
por su irrefrenable expansión rompe los límites de equilibrio y absorbe
el paradigma que lo sustenta. Quiero decir que el sistema
producción-consumo incontrolado se presenta como el núcleo del paradigma
occidental forzando los límites del conjunto hacia lo indeterminado que
ya no puede instrumentarse desde la racionalidad operable y choca
violentamente con los equilibrios naturales produciendo, no ya
crisis sistémicas reparables, si no catástrofes imposibles de cuantificar en sus consecuencias y que ya estamos padeciendo.
Y aquí llegamos a lo que nos toca de cerca, el
modelo.
El paradigma que denominamos civilización occidental, o sociedad
tecno-industrial, o sociedad de consumo que se expresa como
globalización capitalista, o
capitalismo tardío, o
sistema de producción por apoderamiento ,genera a su vez los diferentes modelos que hacen efectivo el dominio mundial.
Los modelos son para nosotros los programas que asignan las grandes
corporaciones del capital concentrado y la ciencia instrumental, a cada
uno de los actores,
pueblos y naciones del mundo globalizado. La asignación de roles dentro del
sistema-mundo
obedece a las rígidas y feroces directivas emanadas de los centros de
poder que confieren a cada lugar de la tierra el imperativo de
contribuir para pertenecer, de ofrendar su riqueza natural y su calidad
humana en el altar del dios pensante.
Los modelos representan el lugar concreto de aplicación de la maquinaria
global, por ello su principal característica es que son modelos
productivos. Es decir la topografía planetaria tan rica en diversidades y
matices, es tratada como un mapa de extracción de lo valioso y
necesario para la reproducción sistémica.
Nuestra América y gran
parte de las inmensas regiones periféricas tienen asignado el papel de
productores de materias primas y productos poco elaborados para
alimentar el derroche energético de los países centrales. El viejo
modelo
colonial no ha cambiado, simplemente se ha reconfigurado en
neocolonialismo por desposesión. Y los Estados nacionales aplican
mansamente las reglas dictadas para maximizar el saqueo enmascarado en
desarrollo y crecimiento.
En nuestra patria el
modelo
agroexportador continúa siendo el eje productivo central con mayor
fuerza que nunca, basta ver las inmensas áreas naturales sometidas al
monocultivo y la desertización consecuente de las regiones ecológicas
nacionales. El montaje industrial liviano y las sustracciones mineras
completan y amplían la centralidad agropecuaria del destino argentino.
Nos hemos quedado sin
modelo
de país para abrazar un modelo productivo elemental con sus tremendas
consecuencias ecológicas y humanas. La matriz agroindustrial succiona
nuestras riquezas y a nuestras poblaciones provocando inmensos bolsones
de aridez y de pobreza apenas contenidos por un Estado complaciente con
las Corporaciones y mitigador de la violencia social latente.
Una democracia de baja intensidad, un parlamento desacreditado, una
derecha primitiva y un progresismo enfermo de semanticidad y carente de
proyecto nacional, son los elementos políticos que no alcanzan a
consolidar un Estado soberano y autónomo que pueda transformar un modelo
impuesto desde los centros de poder de las corporaciones. Tremenda
contradicción la de hallarnos dentro de un modelo cerrado hacia su
interior sin capacidad de modificar sus grandes lineamientos, y abierto a
una sangría permanente hacia fuera de sus límites, donde es imposible
compensar el desequilibrio de la pérdida energética entendida como
capacidad nacional de tomar decisiones para el conjunto, con toda su
secuela de tierra arrasada y sufrimiento humano que nos deja este eterno
presente de producir para vivir peor.
La situación se agrava si echamos una mirada a la región, la América del
Sur, que en el dispositivo geoestratégico imperial reproduce en cada
uno de sus países el mismo modelo extractivo y apoderador. La debilidad
de las fronteras nacionales provocada por zonas de difusa
soberanía
,como lo son la republiqueta sojera entre Argentina, Brasil, Paraguay y
el oriente boliviano, el paraguas de soberanía minera en la cordillera
entre Argentina y Chile, la explotación petrolera en la Amazonía entre
Perú, Ecuador, Bolivia y Brasil, sumado a los conflictos bélicos
latentes y fogoneados por el complejo militar-industrial de EEUU, la
pérdida de espacios marítimos sometidos a la pesca intensiva, van
delineando la fragilidad de los estados nacionales que sólo atinan a
sumarse a un desarrollo compulsivo para no quedar afuera. Si agregamos a
ello la aparición de un neo-indigenismo de manual prefigurado por
grandes ONG. de dudoso financiamiento, que reclaman legitimidades
territoriales ancestrales, pero que juegan claramente para la
desposesión de los espacios nacionales, completan un modelo de
consecuencias impredecibles.
Pero no hay desaliento, estamos asistiendo a un hermoso y terrible
cambio de época, ya se vislumbran las múltiples y maravillosas
resistencias que marcan el punto de inflexión para un agotado paradigma
civilizatorio globalizado. La catástrofe planetaria marca el límite
mayor a la expansión de esta desquiciada sociedad tecno-racional. Una
sumatoria densa de aconteceres irreversibles ya se ha instalado: la
naturaleza misma torna a ser el eje que vertebra la vida y despoja al
hombre de la centralidad planetaria, estamos retomando el sendero del
misterio cósmico hacia más armonía y más diversidad en nuestro viaje
interminable.
Millones de hombres y mujeres vamos recomponiendo
lentamente el tejido primigenio, recuperamos la cultura de la tierra,
defendemos los sistemas ecológicos en peligro, apelamos a los saberes
ancestrales de nuestros
pueblos,
vivimos mejor con menos cosas, hacemos de la sencillez y la proximidad
una norma cotidiana, sacralizamos la fiesta de la vida y la pura
amistad.
Están apareciendo incontables manifestaciones del cambio de rumbo,
corporizadas en Copenhague en la conferencia de C.C. y en todas las
latitudes se generan organizaciones de rechazo al actual paradigma de
saqueo. Se cuentan por miles los foros mundiales donde buscamos una voz
de alerta y exploramos los nuevos senderos para caminar juntos. Las
redes de resistencia se van tejiendo sólidamente a pesar de las amenazas
y los nuevos embates del poder tecnocrático, y no alcanzamos a abarcar
la infinita complejidad de las pequeñas alternancias culturales y los
nuevos modos de vida que van adoptando lentamente las poblaciones
hastiadas de tanto desatino mundial. Los organismos internacionales no
pueden planificar sin tener en cuenta las voces de oposición que brotan
desde los confines de la tierra, y los gobiernos nacionales no pueden
acallar el grito primigenio de detener la destrucción de la vida .
En nuestra región americana son innumerables los grupos de oposición a
los proyectos de desmonte de bosques y selvas, de plantaciones
monoforestales y cultivos transgénicos, así como las profundas heridas
de las nuevas aperturas que imagina el IIRSA y los polos industriales y
mineros proyectados. Las campañas contra los agrotóxicos y las
fumigaciones, contra la contaminación ambiental, contra la despoblación
del campo, contra la ganadería de engorde artificial, y muchas otras
resistencias a cada nuevo intento de reducción de la biodiversidad.
Las poblaciones marginadas de la vida rural y arrojadas a las márgenes
de las grandes ciudades donde la vida comunitaria es imposible,
comienzan a responder con acciones comunes para asegurar las mínimas
condiciones de subsistencia y recuperar la dignidad y la memoria
perdida. Sentimos que va creciendo un gigantesco organismo aún no
consolidado, de reparación de la armonía con la Madre Tierra, vemos
diariamente sumarse nuevos actores en este cambio de época que llegan
con la esperanza de un mundo mejor para todos.
En un repaso somero de las nuevas y nacientes propuestas, contamos con
el neoruralismo, el decrecimiento, la reconversión de las ciudades, las
huertas comunitarias, las comunidades de pequeños productores, los
bancos de semillas alimentarias, las asociaciones de ahorro energético,
los que se niegan a concurrir a los mercados, los que salen del sistema
bancario, los que descartan el uso de automóviles, los que no consumen
tecnología desechable, los que producen cultura popular, los que apagan
el televisor, los que practican el parto natural y la muerte digna, en
fin, los millones de seres que desde el desamparo nos muestran la
sacralidad de la existencia.
Estamos en el cambio de paradigma, lo que muere muchas veces no deja ver
lo nuevo que nace, pero siempre ha sido así, la metamorfosis no puede
aún reconocerse, los signos de los tiempos no son todavía visibles para
todos, la continuidad de la vida sobre le planeta está en juego y los
poderosos no se han dado cuenta. La nave tierra exige un cambio de
piloto y nuevas energías que la alimenten, el rumbo puede torcerse antes
de la destrucción final y estamos para ello.
Presentimos que estamos
recomponiendo la dimensión simbólica de la cultura humana, estamos
recuperando las cosmogonías olvidadas y los saberes totalizadores, vamos
por la integralidad de la vida y la armonía natural. La ecosencillez es
el nuevo espíritu de los tiempos y el iluminismo racional cede ante la
iluminación de lo impensable.
El hombre está comprendiendo tardíamente que no es el centro del
universo, que la génesis cósmica no ha sido imaginada únicamente para
él. Que el reemplazo de los dioses mediadores no ha sido olvidado por
las culturas de la autenticidad, que la razón identitaria no era más que
ambición y propiedad. La lógica ensídica no puede perpetuarse
mágicamente porque olvida el fundamento. La negación recupera su fuerza y
arrincona los postulados universales en una positividad estéril. Ya no
hay síntesis posible para esta dialéctica de la afirmación permanente.
El paradigma se encuentra ya en un estado de aceleración incontrolable
que provoca el choque violento de sus componentes, recordemos la inmensa
verdad del Tao y de los ciclos cósmicos del calendario americano.
Nos
sentimos vivos y latentes en la inabarcabilidad que excede a las
lógicas sistémicas. La vigencia de nuestras demandas va más allá de una
nueva recuperación del equilibrio sistémico. Hoy cuando se han roto
todos los diques de contención, asistimos a una simulación de un
equilibrio homeostático nunca realizado. Si todo lo real es racional
quedamos afuera quienes abogamos por una existencia plena y sin
condicionantes que recobre la humanidad perdida en este proyecto de
conocimiento sin corazón y apoderamiento sin medida, en que el viaje
transgaláctico es solo un desafío de la soberbia intelectual a los
avatares cósmicos no comprendidos por el espíritu desplegado.
La transitoriedad de la historia contada por los epígonos del sistema
entra en decadencia, la civilización occidental no es más que un pequeño
desvarío en la gran historia de la humanidad, mientras el sufrimiento y
el exterminio arrojan su fatalidad sobre las poblaciones indefensas en
territorios de apropiación y ganancia. El agua, el aire y las montañas
mágicas son acciones bursátiles de la ruleta financiera que anticipa un
final de descalabro cósmico. Más de la mitad de los habitantes de este
planeta viven mal, sufren hambre y carencias básicas sin expresarlo.
Estamos en el peor de los mundos cuando la civilización nos dijo que la
evolución humana nos encontraría en la abundancia de los bienes
compartidos.
El sistema capitalista no puede cambiarse porque lo que debe cambiarse
es el paradigma que lo sustenta; y esa transformación debe comenzar en
cada uno de nosotros, es una mirada interior que busca en las
profundidades del espíritu, la memoria interior de la especie y la
energía primera que en nosotros repite el mensaje de todo el universo.
Solamente haciéndonos cargo de este arraigo en el suelo sagrado de la
existencia podremos torcer el rumbo emprendido hace ya 3 siglos en el
occidente europeo.
Si volvemos a nuestra Argentina, el cambio de modelo productivo es inminente, las
crisis
recurrentes de un Estado en construcción que, siempre prometido y
siempre negado, provoca que los gobiernos recientes no alcancen a
comprender la terrible paradoja de saquear el suelo y agotar los bienes
comunes para “la mejor distribución de la riqueza”. Falacia si las hay
que hemos heredado de un marxismo escolarizado en los setenta y que
renueva su búsqueda del “sujeto histórico revolucionario” pasando de un
proletariado adormecido y fragmentado a un campesinismo y
neo-indigenismo tomados como renovales del determinismo socialista. Se
sigue poniendo el acento en un neodesarrollo estéril que supuestamente
permite acumular las riquezas que luego serán distribuidas por las redes
clientelares. Mientras se siga poniendo el acento en lo social, y no en
lo ecosocial, no se logrará nunca ver la complejidad del modelo, y
mientras tanto, la destrucción avanza y compromete a las próximas
generaciones.
Tenemos que poner el acento en lo que nos duele, hay que comenzar ya a
cambiar la matriz agroindustrial para volver a los cultivos alimentarios
que nos hicieron soberanos, hay que volver a repoblar el campo con los
marginados de las ciudades y para ello se necesita una planificación
desde el Estado que rompa la concentración exportadora incentivando a
los productores y campesinos desde organismos nacionales de producción y
exportación de excedentes como los que orgullosamente supimos tener.
Un Estado Nacional fuerte y solidario es el único camino para nuestros sufridos
pueblos.
Esto significa también la recuperación para la Nación de la propiedad
del suelo y el subsuelo, de los componentes energéticos, de los
ferrocarriles, y de puertos y barcos que lleven en sus bodegas alimentos
para una humanidad hambrienta.
El pensamiento nacional no se ha perdido, sigue vivo en la memoria de la
tierra, en la cultura popular y en las luchas históricas del movimiento
nacional, la dispersión y el extravío de las últimas décadas nos han
herido, pero estamos aún en la dignidad y la rebeldía. Somos los mismos
de la Patria justa y soberana, somos los mismos de la Patria Grande
emancipada.
Vemos finalmente como la complejidad del actual estado de cosas implica
la profunda imbricación de los paradigmas, los sistemas y los modelos.
No puede pensarse ningún camino diferente si no se hace el esfuerzo por
comprender la densidad del entramado que nos asfixia y para ello hay que
romper las categorías analíticas de la “sociedad del conocimiento”, es
decir que no podemos apelar a los postulados que desde la ciencia
instrumental resultan funcionales al paradigma del desastre planetario.
Debemos hacer el esfuerzo por comprender desde un pensamiento
totalizante, una profunda reinversión del orden de las reflexiones para
instalarnos en la intuición originaria de la vida, para arraigar y
trascender desde la propia tierra y el propio horizonte simbólico de
nuestra cultura. Un pensar que forzosamente debe ser asistemático, donde
se recupera el valor de los símbolos, un pensar desde lo popular, que
no es otra cosa que el pensar del hombre en general.
Ecoportal.net
Fernando Rovelli
Grupo de Reflexión Rural
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