La evidencia es abrumadora. La concentración de CO2 sigue aumentando. La temperatura sigue subiendo. La humanidad sigue tan campante, mientras los científicos angustiados dan la voz de alarma. Se acaba el tiempo.
“El avance del calentamiento global y su efecto amplificado constituyen la crisis más peligrosa que nosotros hayamos encarado”. Al Gore
Conciencia ambiental y compromiso moral
El ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore hizo moñona en el 2007: su libro Una verdad Incómoda se convirtió en un best seller, ganó el premio Oscar con un documental basado en el libro, recibió el premio Príncipe de Asturias y, finalmente, se hizo acreedor al Premio Nobel de la Paz. Su liderazgo y empeño en mostrarle a la humanidad las causas del cambio climático y sus estragos, así como también el riesgo que entraña la falta de una reacción pronta y contundente le valió este reconocimiento.
En una conferencia reciente que dictó en Bogotá, el señor Gore comenzó por decir que “estamos frente a un reto para nuestra imaginación moral”[1] y exhortó a los gobiernos a que “entiendan que los asuntos ambientales son también de seguridad nacional, seguridad ambiental y un compromiso moral” [2].
No pudo ser más oportuna su visita al país, afectado como el que más por la inclemente ola invernal, como secuela del cambio climático que trae consigo fenómenos extremos como las sequías (El Niño) e inundaciones (La Niña) que hemos padecido [3].
Como explicó en su disertación, ello obedece a que “por cada grado adicional de temperatura, el nivel de humedad aumenta en 7 por ciento; esta es la razón tras el aumento de la intensidad de las precipitaciones, las cuales a su vez amplían el espacio de los veranos, pues tarda más en completarse el ciclo de evaporación para reanudar las lluvias” [4].
El enemigo es el CO2
Este boom de la obra de Al Gore coincidió con la publicación del cuarto Informe del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (Intergovernmental Panel on Climate Change - IPCC), creado por las Naciones Unidas en 1988 e integrado por más de dos mil expertos, colaboradores y examinadores, provenientes de 194 países.
No es fácil alcanzar consensos entre un grupo tan heterogéneo de científicos. Sin embargo llegaron a una conclusión inequívoca: el calentamiento que ha experimentado la Tierra en las última décadas “se debe muy probablemente, con una seguridad del 90 por ciento, a las emisiones de dióxido de carbono (CO2), principal gas de efecto invernadero (GEI)”.
Entre los mayores emisores de CO2 se cuentan en su orden la generación de energía, los cambios en el uso del suelo y la silvicultura, la agricultura y los procesos industriales. En particular, los combustibles de origen fósil –petróleo, carbón y gas, especialmente– son responsables del 80 por ciento de las emisiones de CO2 a la atmósfera, como se observa en la siguiente gráfica.
Los costos del compromiso moral
Y pensar que uno de los efectos de la debacle de Fukushima será precisamente la de aumentar su dependencia con respecto a combustibles fósiles, con todas sus consecuencias.
De hecho Alemania, la tercera potencia económica del mundo acaba de tomar una de las determinaciones más drásticas en esta materia: a sólo seis meses de haber anunciado un ambicioso plan de repotenciación de sus centrales nucleares, el gobierno acaba de dar un giro de 180 grados. Según su ministro del Medio Ambiente, “somos la primera gran nación industrial que da el viraje hacia las energías renovables…Tras largas consultas, la coalición de gobierno se puso de acuerdo para poner un término al recurso de la energía nuclear” [5]. Se prevé que 14 de los 17 reactores que están operando saldrán del servicio antes de finalizar el 2021 y los 3 últimos generadores que se instalaron quedarán reducidos a chatarra a más tardar en 2022. Es decir, que va en serio la decisión que el propio Ministro calificó de “irreversible”.
La energía que hoy suministran los reactores que dejarán de funcionar tendrá que suplirse a partir de otras fuentes renovables como la eólica y no renovables como el carbón y el gas. Se estima que este programa de reconversión tendrá un costo superior a 14.000 millones de euros.
Y en Colombia: mea culpa ante los mamos
El pasado 5 de junio se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente, que se conmemora desde 1972, año de la Declaración de Estocolmo. La fecha habría pasado desapercibida de no ser por la visita del presidente Santos a Ciudad Perdida, Sierra Nevada de Santa Marta, y su nuevo encuentro con los mamos de las comunidades indígenas asentadas en este macizo montañoso.
Desde allí, Santos renovó su compromiso con las autoridades tradicionales sobre “lo que acordamos desde el pasado 7 de agosto” [6] de respetar y proteger el medio ambiente, al tiempo que se daba golpes de pecho y pronunciaba un sonoro mea culpa. Refiriéndose al medio ambiente manifestó que “lo hemos venido maltratando. Estamos sufriendo las consecuencias…esta ola invernal, la peor tragedia de nuestra historia, es parte de esa consecuencia” [7].
Vale la pena recordar que este macizo singular es el más alto del mundo en una región costera, pues alcanza a elevarse a 5.775 metros sobre el nivel del mar a tan sólo 42 kilómetros de la costa Caribe. Fue declarado en 1979 Reserva de la Biosfera, del Hombre y de la Humanidad por parte de la UNESCO, pero sus glaciales están en vía de extinción, al igual que los demás nevados del país, por cuenta del cambio climático, tal como da cuenta la gráfica siguiente.
Colombia es un país de contrastes: con la mayor biodiversidad por kilómetro cuadrado y al mismo tiempo con las mayores vulnerabilidades frente al medio ambiente, amenazado por una acción depredadora que no se ha enfrentado con resolución y, peor aún, que el propio Estado ha cohonestado, cuando no propiciado en los últimos años [8].
Entre el escepticismo y la evidencia abrumadora
Aunque los escépticos insisten en su teoría de los ciclos [9], según la cual los períodos de calentamiento se alternan de manera recurrente con los de glaciación, según Al Gore “es asombrosa la correlación entre la temperatura y la concentración de CO2 en el transcurso de los últimos mil años, medida por el equipo de Thompson en el registro del hielo” [10].
Así lo constató el IPCC, al vaticinar para finales de este siglo un aumento entre 1,8 y 4 grados centígrados con respecto al siglo anterior, de no hacerse nada para evitarlo. Con razón el entonces presidente de Francia, Jacques Chirac, en su discurso de apertura de la reunión en la que se dio a conocer dicho informe, fue categórico al afirmar: “se acerca el día en el que el calentamiento climático escapará a todo control: estamos a las puertas de lo irreversible…No es tiempo de medias tintas”.
Los escépticos pueden llegar a tener razón, pero en todo caso a esta generación y a muchas más que nos sucederán no les tocará ver una nueva glaciación, pues la tendencia que se viene observando va en sentido contrario.
No se trata de hacer tremendismo, pero resulta innegable que el ritmo de aumento de la concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera se ha acelerado desde 1985, como explica Joham Stroem, del Instituto Polar Noruego, sobre la base de registros recogidos en el archipiélago Svalbard: “mirando atrás sobre los datos que tenemos de Zeppelin desde finales de la década de los 80, parece que el aumento se está acelerando (énfasis añadido)” [11].
De acuerdo con Al Gore, “la concentración preindustrial de CO2 era de 280 partes por millón (ppm). En 2005, ese nivel medido en lo alto del Mauna Loa (Hawai), era de 381 ppm”; un gran salto, que se ha traducido en el alza sostenida de la temperatura promedio. Ya para 2007, la concentración de CO2 había alcanzado las 387 ppm, lo cual significa un crecimiento de alrededor del 40 por ciento con respecto a la era preindustrial, alcanzando el pico más elevado de los últimos 650.000 años.
Fuente: PNUD - IDH 2007/2008
Gases de efecto invernadero: de mal en peor
El codirector del IPPC, Martin Parry, afirma que a pesar de todo lo que se ha hablado sobre esta problemática, la situación real va de mal en peor. “Los niveles de gases de efecto invernadero continúan aumentando en la atmósfera y la media de ese crecimiento se está acelerando. Ya estamos observando los impactos del cambio climático y su escala puede acelerarse mientras decidimos hacer algo” [12].
En efecto, mientras en el período que va entre 1970 y 2000, la concentración aumentó a una cadencia de 1,5 ppm al año, desde 2000 crece en promedio 2,1 ppm; ya para 2007 el crecimiento medio anual fue de de 2,14 ppm (el cuarto de los seis últimos años en el que se registra un incremento superior a 2). Lejos de amainar, las emisiones de GEI crecen aceleradamente. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), durante el 2008 las emisiones de CO2 a la atmósfera alcanzaron la cifra de 29,3 gigatoneladas (Gt) y luego se redujeron hasta 29 Gt por efecto de la recesión económica.
Tras este paréntesis coyuntural, durante el 2010 dichas emisiones se dispararon de nuevo alcanzando las 30,6 Gts, un 5 por ciento superior a la marca anterior alcanzada en 2008 y batiendo todos los récords. “El mayor crecimiento en la historia” [13] advirtió Christiania Figueres, Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático.
Los investigadores consideran que este cambio podría indicar que la Tierra está perdiendo su capacidad natural para absorber millones de toneladas de CO2 al año, de allí el crecimiento inercial de su concentración. En este sentido, advierten que si una mayor cantidad de CO2 permanece en la atmósfera, las emisiones tendrán que reducirse más de lo previsto para evitar niveles peligrosos del calentamiento global.
En América Latina y en Colombia
Las emisiones de CO2 por habitante en América Latina y el Caribe (3,9 por ciento) son sensiblemente menores que las de los países industrializados (Estados Unidos 19 por ciento, Japón 9,5 por ciento y Alemania 10 por ciento). Colombia por su parte registra 1,4 por ciento, muy por debajo del promedio de la región y aporta apenas el 0,3 por ciento del total de las emisiones de GEI. No obstante, preocupa el ritmo de crecimiento de las mismas en Latinoamérica, 2,6 por ciento anual.
Empero, según la Secretaria Ejecutiva de la CEPAL, la región está lista para comprometerse a reducir las emisiones de GEI en 20 por ciento mediante la eficiencia energética. “Nos debemos posicionar como una región muy proactiva en este tema. La eficiencia es quizás la mejor vía para la seguridad energética y climática¨ [14], aseveró.
La verdad incómoda: no se ha hecho nada
Una de las metas fijadas a partir de las negociaciones del Post Kyoto es la de tener a raya el aumento de la temperatura, para que este no supere los 2 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales –el umbral que separa lo asumible de lo catastrófico.
Según la AIE, para cumplir esta meta sería preciso que “la concentración en la atmósfera de CO2 y otros gases de efecto invernadero no supere las 450 partes por millón”, lo cual supone que durante los próximos 10 años no sobrepasemos un nivel anual de 32 Gts es decir, el margen de maniobra es cada vez menor [15]. Y así, como anota Fatih Birol, Economista Jefe de la AIE, lo ocurrido en el 2010 “es la peor noticia sobre emisiones. Se está volviendo difícil mantenerse por debajo de los dos grados centígrados. La perspectiva es sombría”[16].
Y no es para menos, dado que según el profesor Richard Stern, de la London School of Economics, “de continuar esta tendencia hay un cincuenta por ciento de posibilidades de un aumento en la temperatura promedio del mundo de más de 4 centígrados para 2100. Un calentamiento así puede interrumpir la vida y los medios de vida de cientos de millones de personas en todo el planeta, y llevará a una migración masiva y al conflicto”[17].
Christiana Figueres, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático (UNFCCC) lo reconoce francamente: “Esta es la verdad incómoda. Las emisiones de gases de efecto invernadero producidos por las actividades humanas seguirán sin mucha oposición internacional, ahora y en el futuro”[18].
Se acaba el tiempo
La próxima Conferencia del Clima, que tendrá lugar en Durbán (Suráfrica) deberá tomar nota de esta preocupante y aterradora perspectiva. Christiana Figueres ha sido enfática: “no aceptaré el argumento de que esto es imposible. Los gobiernos deben hacerlo posible para la sociedad, la economía y la ciencia”, antes de que sea demasiado tarde”.
Ya lo había advertido el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en su Informe sobre el Índice de Desarrollo Humano (IDH) correspondiente a 2007/2008: “el cambio climático es una tragedia humana en ciernes. Permitir que esa tragedia siga su curso sería un error político digno de ser catalogado como ultraje a la conciencia de la humanidad”.
“Esto ya no es un problema medioambiental –sostiene Gilding– . Cómo respondamos ahora decidirá el futuro de la civilización humana. Somos la gente por la que hemos estado esperando. Ya no hay nadie más. Ya no hay otro momento. Somos nosotros, ahora”[19]
Los negociadores del Post Kyoto tienen la palabra al respecto.
* Ex presidente del Congreso de la República
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