El hecho de que un colapso civilizatorio resulte una posibilidad
nada inverosímil, y que por lo tanto quepa que, en un futuro no muy
lejano, en lugar de estar discutiendo acerca de los metros de playa
perdida en las zonas turísticas, o acerca de los costes marginales del
incremento de muertes de ancianos por olas de calor, nos encontremos
estimando cuántos pequeños grupos de cazadores-recolectores se las
apañarán para sobrevivir en las estepas de una Europa devastada y
empobrecida; el hecho de que semejante colapso sea posible debería
bastar para impulsar políticas ambiciosas de lucha contra el cambio
climático. No podemos seguir escondiendo la cabeza bajo el ala y
posponiendo la acción eficaz: el tiempo se nos está acabando.
Algunos de los desacuerdos mayores tienen que ver con los procedimientos
empleados por los analistas económicos en la traslación de impactos
biofísicos a impactos socioeconómicos. En relación con el problema, de
vastísimas implicaciones, del calentamiento del clima, reaparecen las
difíciles cuestiones científicas que han alimentado vivos debates entre
el establishment económico ortodoxo por una parte, y por otra las nuevas
perspectivas abiertas por la economía ecológica (y parcialmente por la
economía ambiental) durante los últimos decenios. (1) Una forma de
apuntar hacia el problema de fondo es la que sugiere Francisco Javier
Rubio de Urquía: “Mientras sigamos aplicando modelos que circunscriben,
casi exclusivamente, el análisis de los costes al ámbito de lo
cuantitativo, no seremos capaces de tener una visión más completa que
nos permita valorar correctamente costes y beneficios cualitativos como,
por ejemplo, los que se derivan de las cargas que asume la naturaleza y
los servicios que nos presta. El mero hecho de pensar que el progreso
tecnológico y las leyes del mercado son suficientes para aliviar
problemas ambientales evidencia la infravaloración, si no desprecio, de
que ha sido objeto la naturaleza. Creer que podemos actuar como si
fuésemos autosuficientes y que, gracias a la técnica, seremos capaces de
abastecernos de todos los bienes y servicios que nos presta, y que son
vitales para nuestra existencia, sólo refleja una alta dosis de soberbia
y otra no menor de ignorancia.” (2)
La posible detención de la corriente oceánica noratlántica Una de las
posibles consecuencias del calentamiento climático sería la detención
completa de la corriente oceánica noratlántica (corriente del Golfo) que
aporta calor a Europa, lo que podría causar una “mini-edad glacial”
cuyos efectos, según muchos expertos, (3) serían importantes.(4)
Sin embargo, economistas como P. Michael Link y Ricahrd S. J. Tol hacen
correr el modelo FUND 2.8 (Climate Framework for Uncertainty,
Negotiation and Distribution) con el resultado de que, en un mundo
recalentado por el “efecto invernadero”, ¡un colapso total de la
circulación termohalina podría resultar incluso económicamente
beneficioso! (5)
Según estos cálculos, el colapso de la circulación termohalina no
entrañaría un enfriamiento en términos absolutos de Europa Occidental (y
otras regiones del Atlántico Norte), sino sólo un refrescamiento
relativo al escenario de base, bastante tórrido de por sí. El final de
la circulación termohalina retardaría el calentamiento y por ello
reduciría los daños del cambio climático (un 0’5% del PIB en Europa
Occidental, un 0’4% en EEUU). Sin embargo, los mismos cálculos de estos
dos autores indican que “el cambio climático es un problema real, ya que
tanto los impactos totales como marginales son negativos [disminución
del PIB mundial], tanto sin colapso de la circulación termohalina como
con él”. (6)
¿Modelos sesgados?
Pero ¿hasta qué punto resulta fiable, relevante y adecuada tal
estimación de daños y beneficios en términos de PIB? Si examinamos más
de cerca los supuestos con los que trabajan muchos de los modelos
económicos acoplados a los modelos climáticos con los que se intentan
evaluar los impactos del calentamiento del clima sobre la economía, hay
que concluir que muchos de ellos son limitados o inadecuados, lo que a
la postre se traduce en sesgos que verosímilmente tienden a infraestimar
los daños que ocasionará el cambio climático.
Veamos algunos ejemplos, referidos al modelo FUND empleado en Link y Tol.
Un problema importante se refiere a la utilización de precios de
mercado para valorar recursos naturales e impactos sobre los mismos
Un problema muy importante, que ha hecho correr ríos de tinta entre los
economistas ecológicos y ambientales, se refiere a la utilización de
precios de mercado para valorar recursos naturales e impactos sobre los
mismos. Así, en el modelo FUND “se expresan directamente en valores
monetarios categorías de impacto como la agricultura, los productos
forestales, la energía, el agua y los ecosistemas, sin una capa
mediadora de impactos medidos en sus unidades ‘naturales’”.(7) Esta
práctica es altamente cuestionable: del debate profundo y ya largo sobre
la monetarización del medio ambiente hay que concluir que en última
instancia es imposible tal monetarización (sin que eso quiera decir que
se trate en todos los casos una actividad sin sentido).
¿Cómo valorar en dinero, monetarizar en forma no arbitraria el “capital
natural”? Los métodos de costes de reparación y costes compensatorios
que emplean los economistas ambientales son bastante útiles en muchos
casos, pero no servirán de nada en el caso de los daños irreversibles.
La decisión de valorar los recursos naturales y daños ambientales a
precios de mercado está cargada de implicaciones morales, puesto que en
los mercados no intervienen ni las generaciones futuras ni los usuarios
no humanos de la biosfera (los otros seres vivos con quienes la
compartimos). Y cuando el recurso o función ambiental en cuestión no
tiene siquiera valor de mercado y tenemos que inventar algún “mercado
hipotético” para asignarle un valor crematístico, la arbitrariedad de
los procedimientos se dispara hasta entrar en el ámbito de lo
abiertamente irracional. Estos métodos se enfrentan a grandes
dificultades teóricas y empíricas, que han dado lugar a una abundante
literatura. (8)
En el modelo FUND, la pérdida de un kilómetro cuadrado de tierra firme
por elevación del nivel del mar se valora en un máximo de 4 millones de
dólares para los países de la OCDE (y 2 millones en el caso de
humedales, para estos mismos países), y se considera que para los demás
países este valor es proporcional al PIB por kilómetro cuadrado. (9) ¡De
manera que grandes pérdidas territoriales en países pobres contarán lo
mismo que pequeñas pérdidas en países ricos! Igual proporcionalidad en
las pérdidas de vidas humanas (a causa del estrés térmico o las
enfermedades infecciosas, por ejemplo): este modelo estima el valor de
una vida en 200 veces su ingreso anual per cápita. (10) Por eso, graves
pérdidas demográficas en países muy pobres contarían muy poco en cuanto a
los resultados económicos agregados. Como sabemos de antemano que las
pérdidas humanas a causa del cambio climático serán mayores precisamente
en los países más pobres por su mayor vulnerabilidad (a causa de sus
insuficientes sistemas sanitarios, deficientes servicios públicos,
frágil producción de alimentos, etc.), hay que concluir que el modelo
entraña un sesgo que subestimará las pérdidas –en vidas humanas,
tierras, ecosistemas, etc.– en las zonas más pobres y vulnerables.
Otro problema tiene que ver con los supuestos de linealidad. En el
modelo FUND se presupone que “los daños asociados con el cambio
climático se atribuyen o bien a la tasa de cambio (referenciada a 0’04
ºC/ año) o bien al nivel de cambio (referenciado a 1 ºC).
Los daños debidos al cambio de temperaturas disminuyen lentamente,
reflejando la adaptación”. (11) Es decir, el modelo da por supuesto un
cambio climático gradual, lento y de no demasiada magnitud, al cual la
sociedad (sobre todo las sociedades ricas) se adapta paulatinamente,
minimizando así los daños. Sin embargo, es probable que los cambios
reales se alejen de estas pautas relativamente confortables: y la
dificultad de adaptarse a cambios abruptos será mucho mayor, hasta
llegar, en el caso extremo, a la imposibilidad.
Refugiados climáticos
Otro caso de linealidad presupuesta pero muy difícilmente justificable
tiene que ver con los refugiados climáticos. En el modelo FUND “se
supone que los inmigrantes se asimilan inmediata y completamente a la
población que los acoge”. (12) Quizá esto facilite un funcionamiento
cómodo del modelo, pero no cabe duda de que se trata de un supuesto muy
poco realista. Hoy, más de cien millones de personas viven por debajo de
un metro de altura sobre el nivel del mar, en todo el mundo. (13)
Podemos estar seguros de que un cambio climático rápido y/o brusco
tendrá como efecto incrementar notablemente los flujos migratorios (en
un mundo donde estos han adquirido ya dimensiones importantísimas: casi
200 millones de migrantes internacionales en 2006). (14) Diversas
estimaciones señalan que, alrededor del año 2000, los desplazados o
“refugiados ambientales” superaban en una proporción de diez a uno a los
desplazados por guerras y conflictos militares internos. Según Naciones
Unidas, el 60% de los movimientos migratorios están causados por el
cambio climático y los desastres de origen natural, como sequías e
inundaciones.
Según el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), el nivel del
mar, si no se hace nada por contener el recalentamiento, podría elevarse
entre 9 y 88 centímetros de aquí al año 2100. Muchos estudios
independientes deducen de ese dato las cifras de desplazamientos
forzados de población.
Según estas estimaciones los refugiados climáticos podrían ser 150
millones en el año 2050: 30 en China; 30 en la India; 15 en Bangladesh;
14 en Egipto; 1 en los estados insulares y 10 en el resto de deltas y
regiones costeras; 50 en el resto de regiones. Esto significa, como
mínimo, el 1,5% de la población que se espera habite el planeta de aquí
en 40 años.
Pero las previsiones del IPCC, válidas hasta hace pocos años, corren el
riesgo de quedar muy por detrás de la realidad. Si se deshielan del todo
Groenlandia y la Antártida –y se están deshelando con escalofriante
rapidez en estos primeros años del siglo XXI– el nivel del mar no subirá
un metro, sino entre 12 y 25 metros, quizá incluso más. Esto
significaría más de 500 millones de desplazados. (15)
La inmensa mayoría de estos refugiados climáticos serán pobres,
habitantes de los países del Sur, que no tienen medios para financiar
las gigantescas infraestructuras necesarias para protegerse de las
mareas y que, por tanto, no tienen ningún peso en las negociaciones
climáticas. Un “portazo en las narices” no sólo sería perverso, sino que
tendría además como resultado el agravamiento de la crisis social y
ecológica global y un paso más en la transformación del planeta en un
enorme barril de pólvora. (16)
Las experiencias de los últimos decenios muestran con claridad que,
incluso a niveles relativamente bajos de emigración desde los países
pobres a los países ricos, las tensiones sociopolíticas que se producen
son de gran envergadura. En general, cabe decir que los modelos
económicos ignoran estas dimensiones sociopolíticas del cambio
climático: pero nadie puede creer en serio que fuertes impactos
sociopolíticos dejarán inalterada la vida económica. (17)
Calentamiento del clima y conflictos bélicos
No existe ningún impacto sociopolítico mayor que la guerra. Ahora bien,
desde hace años importantes analistas advierten sobre el incremento de
la conflictividad internacional relacionada con recursos naturales y
funciones ambientales progresivamente más escasos. (18)
En el último tiempo, el reconocimiento de que el cambio climático puede
convertirse en un tremendo factor de desestabilización de las relaciones
internacionales (incluyendo nuevas guerras) ha llegado incluso a los
niveles más altos de dirección político-militar.
Así, el ministro de Defensa del Reino Unido, John Reid, en un discurso
pronunciado el 27 de febrero de 2006 en la prestigiosa Chatham House de
Londres, advirtió que al combinarse los efectos del cambio climático
global y los mermados recursos naturales se incrementa la posibilidad de
conflictos violentos por tierras, agua y energía. El cambio climático,
indicó, “hará más escasos los recursos y el agua limpia, y la tierra
agrícola en buen estado será más escasa”. Esto generará que “las
emergencias a causa de conflictos violentos sean más probables”. (19)
Según Reid, es más fácil que surjan estos conflictos por recursos en
países “en vías de desarrollo” (por emplear el habitual eufemismo), pero
los países avanzados y acaudalados no necesariamente se salvarán de los
efectos dañinos y desestabilizadores del cambio climático global. En el
momento en que suba el nivel del mar, cuando el agua y la energía
comiencen a ser más y más escasos, cuando en algunas zonas las fértiles
pero escasas tierras de labor se vuelvan desiertos, las guerras
mortíferas por el acceso a los recursos vitales pueden terminar siendo
un fenómeno global. (20)
Como indica Michael T. Klare, antes del discurso de Reid la expresión
más significativa de este cambio de perspectiva fue el informe preparado
en octubre de 2003 por una consultora —con sede en California— para el
Departamento de Defensa estadounidense. Con el título Un escenario de
abrupto cambio climático y sus implicaciones para la seguridad nacional
de EEUU (21) el informe advierte que son amplias las probabilidades de
que este fenómeno genere repentinos sucesos ambientales cataclísmicos
por encima de un incremento gradual (y por tanto manejable) de las
temperaturas promedio. Dichos sucesos podrían incluir un incremento
sustancial del nivel del mar, intensas tormentas y huracanes, y regiones
en sequía, con grandes ventarrones de polvo a escala continental. Esto
dispararía agudas batallas entre los supervivientes de estos efectos por
el acceso a comida, agua, tierra habitable y fuentes de energía. “La
violencia y perturbación originadas por las tensiones que crean los
abruptos cambios del clima implican un tipo diferente de amenaza a la
seguridad nacional de lo que conocemos hoy”, sostiene el informe.
“Pueden surgir confrontaciones militares debido a la necesidad imperiosa
de recursos naturales tales como energía, alimento o agua, y no tanto
por conflictos ideológicos, religiosos o de honor nacional”. (22)
Un experimentado biólogo, como es Miguel Delibes de Castro, subraya que
hay quien cree que se ha sobreestimado el riesgo de “guerras del agua”
(o, más en general, guerras por los recursos naturales), pues guerrear
resultaría más caro que obtener agua por métodos no convencionales
aunque más onerosos (desalinizando el agua de mar). ¡Como si las
decisiones políticas se tomasen habitualmente después de realizar
pulcros análisis de coste-beneficio! Un pie del que cojean muchos
economistas es su sobreestimación de los componentes racionalmente
egoístas en la conducta humana. Tal y como observa Delibes de Castro –en
diálogo con su padre, el novelista castellano Miguel Delibes–, “a mí
siempre me ha parecido una visión demasiado optimista, incluso ingenua,
pues cuando los hombres deciden hacer la guerra raramente consideran sus
costes. Al oír el argumento me acuerdo de la perplejidad de tu
personaje Pacífico Pérez, de Las guerras de nuestros antepasados, cuando
el Bisa le dice que ‘apañados estaríamos si las guerras necesitasen
motivos’.” (23)
Sería un error que la discusión de los efectos del cambio climático
se centrase sólo en cuestiones ecológicas y ambientales, subestimando
los efectos sociopolíticos
Sería un error que la discusión de los efectos del cambio climático se
centrase sólo en cuestiones ecológicas y ambientales, subestimando los
efectos sociopolíticos, que pueden ser de gran alcance. En el límite el
mayor peligro no estriba en la degradación de los ecosistemas (en el
largo plazo de los tiempos geológicos la naturaleza se recupera incluso
después de grandes catástrofes, llegando a nuevas situaciones de
equilibrio), sino más bien en la desintegración de sociedades enteras (a
causa del hambre y las carencias sanitarias, las migraciones masivas y
los conflictos recurrentes por los recursos escasos). (24)
El modelo RICE/ DICE de Nordhaus y Boyer
Otro de los modelos empleados para la estimación de posibles impactos
socioeconómicos del cambio climático es la familia de modelos RICE y
DICE (Regional Integrated Model of Climate and the Economy y Dynamic
Integrated Model of Climate and the Economy), desarrollados por William
Nordhaus y Joseph Boyer para poder realizar tales estimaciones según un
tipo avanzado de análisis coste-beneficio. (25)
Según este influyente modelo, cada tonelada adicional de emisiones de
dióxido de carbono (CO2) provocará daños a largo plazo por un coste de
7’5 dólares, dando una tasa óptima de reducción del 4% sobre las
emisiones de 1995, menor que la del 5,2% sobre las emisiones de 1990
aprobadas en Kioto. Al coste por tonelada de CO2 y año se llega
calculando los años de vida perdidos atribuibles al calentamiento
global, divididos por las emisiones de CO2, tras haber aplicado una tasa
de descuento del 5%.
Nordhaus y Boyer calculan una pérdida en años de vida de casi 38
millones debido al cambio climático —sólo una parte de las cuales serían
de origen antropogénico— para el periodo 1990-2020. Esta medida de
“salud perdida” es reducible a una cantidad de renta, ya que el coste de
un año de vida se valora en dos años de renta per cápita. Por ejemplo,
unos 68.200 dólares en EEUU en el año 2000, multiplicados por los 77
años de vida media de un estadounidense nos da una aproximación al coste
final total de una vida de unos 5,3 millones de dólares.
El modelo RICE de Nordhaus y Boyer presenta algunas dificultades serias,
que –de acuerdo con la síntesis que ha realizado Joaquín Valdivielso—
podemos resumir de la siguiente manera: (26)
1) Sólo modeliza CO2, ningún otro gas de efecto invernadero de los
responsables del restante 40% del cambio climático es tenido en cuenta.
2) Proyecta un coste fijo de cada tonelada en 7’5 dólares, cuando lo
lógico es que las peores consecuencias del cambio climático se expresen
exponencialmente a medida que aumenten las emisiones.
3) Depende de una tasa de descuento, que no es más que una expresión del
valor subjetivo atribuido al bienestar futuro desde el presente —la
tasa es la porción de utilidad que se detrae a un futuro que se supone
más rico.
4) Los años perdidos de vida sólo se refieren a la extensión prevista de
enfermedades relacionadas con el clima, como la malaria o paludismo.
Ninguna otra fuente de mortalidad se incluye: olas de calor, sequías,
diarreas y problemas respiratorios, enfermedades relacionadas con las
lluvias torrenciales, malnutrición debida a la pérdida de cosechas,
huracanes, etc.
5) Supone un valor diferente para la salud y la vida según se viva en
una u otra de las 13 regiones del mundo contempladas. De hecho, el 70%
de los daños se producirán según el escenario escogido en África
subsahariana, donde el coste de una vida ronda los 43.710 dólares —dado
que la renta y la esperanza de vida son menores, 940 dólares y 46’5 años
respectivamente—, menos del 1% de los costes de la vida de un
estadounidense. La pérdida de un año de vida en un país rico
¡equivaldría a más de dos vidas completas en uno pobre!
6) No contempla otras formas de daño no monetarizado y en particular
algunos no monetarizables. Los contraejemplos tipo utilizados en la
evaluación del cambio climático abundan en casos de pérdidas
irreversibles sin compensación económica razonable, como la desaparición
de islas del pacífico como Nauru, Tonga, la Micronesia o las islas
Marshall. Una de ellas, Tuvalu, con una población polinesia de unas
11.000 personas es paradigmático: sociedad ejemplar en el respeto de los
derechos humanos, alberga una lengua y una cultura única.
7) Aun si aceptamos todo el modelo, no hay ninguna evidencia de que
existirán mecanismos de transferencia de la riqueza presente generada
hacia los futuros perjudicados por el cambio climático. El entero
enfoque de este tipo de análisis (“tradeoff –compromisos funcionales–
entre el consumo hoy y el consumo en el futuro”, según los autores)
parece desenfocado.
Lohachara, Lateu, Tuvalu: ¿la solidaridad con las víctimas?
En diciembre de 2006 se supo que por vez primera una isla habitada
–Lohachara, en la región de la India donde los ríos Ganges y Brahmaputra
desembocan en la bahía de Bengala, donde llegaron a vivir unas 10.000
personas– había desaparecido bajo las aguas marinas. (27) Un año antes, a
comienzos de diciembre del 2005 —según narra Daniel Tanuro—, los
habitantes de Lateu —una pequeña población de un centenar de habitantes,
situada en la isla de Tegua, en el estado polinesio de Vanuatu– fueron
desplazados para escapar de unas inundaciones cada vez más frecuentes.
La barrera de coral ya no les protegía de unos ciclones cada día más
violentos y la erosión estaba haciendo retroceder la costa a un ritmo de
2 a 3 metros por año. Este centenar de personas ostentan el triste
privilegio de ser el primer caso de traslado colectivo por causa de la
elevación del nivel de los océanos, debido al cambio climático. Pero el
número de refugiados climáticos va siendo ya elevado, sobre todo en las
islas del Pacífico. (28)
Antes mencionamos Tuvalu, otro estado polinesio: sucede que cuenta ya
con más de tres mil refugiados climáticos. Situado a 3.400 km. al
noreste de Australia y próximo a Vanuatu, este país (de apenas 26 km2)
está formado por ocho atolones, donde la altura máxima está situada a
4,5 metros sobre el nivel del mar. La mitad de los 11.636 habitantes
viven a tres metros de altura sobre el nivel del mar: y ahora el cambio
climático está provocando grandes mareas (hasta tres metros por encima
de su nivel normal), en aumento progresivo.
Tuvalu es el primer país donde la gente se ha visto forzada a abandonar
su tierra para escapar de las inundaciones. Si no se toman medidas
drásticas, corre el riesgo de convertirse en el primer estado borrado
del mapa tras la evacuación de toda su población.
Tuvalu es el primer país donde la gente se ha visto forzada a
abandonar su tierra para escapar de las inundaciones. Si no se toman
medidas drásticas podría desaparecer del mapa
En el año 2000 el gobierno de Tuvalu pidió a Australia y Nueva Zelanda
que se comprometieran a acoger a sus 11.636 habitantes en el caso de que
el nivel oceánico hiciera indispensable la evacuación. El gobierno de
Canberra respondió negativamente; su ministro de inmigración, Philip
Ruddock, declaró que acoger a los “náufragos” de Tuvalu sería
“discriminatorio” con respecto a otros candidatos a refugiados. En
realidad, “Australia nos ha dado con la puerta en las narices”, expresó
un responsable de Tuvalu.
La respuesta de Nueva Zelanda fue un poco menos brutal, manteniéndose
dentro de lo previsto por el grupo del PAC (Pacific Access Category),
acuerdo sobre inmigración entre el gobierno de Auckland, de una parte, y
de otra los gobiernos de Fidji, Tuvalu, Kiribati y Tonga.
Según este acuerdo, Nueva Zelanda acepta acoger por un año a 74 personas
de Tuvalu y Kiribati, y a 250 de Fidji y Tonga, a condición de que los
candidatos tengan entre 18 a 45 años, una oferta de empleo “aceptable”
en Nueva Zelanda (empleo asalariado, a tiempo completo e indefinido),
con conocimientos probados de inglés, satisfagan ciertas condiciones en
materia sanitaria y prueben unos ingresos suficientes si tienen alguna
persona a su cargo. (29)
Para comprender el alcance de esta medida política, hay que aclarar que
Australia cuenta con apenas 20 millones de habitantes (promedio de 3
hab/km2), que ocupa el tercer lugar entre los países según el nivel de
desarrollo humano de Naciones Unidas, y que su PIB por habitante es de
29.632 dólares/año. Nueva Zelanda, por su parte, no es un país con menos
recursos. Hay que añadir que el gobierno australiano, gran aliado de
G.W. Bush, rechazó ratificar el protocolo de Kyoto, siendo como es la
economía consumidora de carbón más intensa del planeta.
El 98% de las víctimas de los desastres naturales de los últimos veinte
años (1985-2005) vivía en los países eufemísticamente llamados “en vías
de desarrollo”, según los datos de la Estrategia Internacional de
Naciones Unidas para la Reducción de los Desastres Naturales de la ONU.
Esto indica la terrible pauta que podría magnificarse en el futuro.
Permitir un cambio climático rápido y descontrolado podría tener
bastante de genocidio del Norte contra el Sur.
Los criterios sobre los problemas ecosociales
Aplicar criterios reductivamente economicistas a los problemas
ecosociales es incorrecto. Así como una guerra –siempre que no alcance
niveles catastróficos— puede tener efectos beneficiosos para la
actividad económica y el empleo, aunque sus consecuencias generales para
la sociedad y el medio ambiente sean un verdadero desastre;
análogamente –y por las mismas razones— un cambio climático, siempre que
no alcance niveles catastróficos, puede tener efectos beneficiosos para
la actividad económica y el empleo, aunque sus consecuencias más
amplias para la sociedad y el medio ambiente sean un verdadero desastre.
Es concebible un mundo cada vez más degradado social y ecológicamente,
cada vez menos capaz de proporcionar bienestar a los seres humanos, pero
que siga siendo “bueno para los negocios”, donde el PIB crezca y el
empleo aumente (desde luego no de forma sostenible a largo plazo, pero
sí a plazo corto y medio). Esto no quiere decir que el cambio climático
–o la guerra— resulten por ello más aceptables: quiere decir que aplicar
criterios reductivamente economicistas a los problemas ecosociales es
incorrecto.
En general, ni las elites sociopolíticas europeas, ni las sociedades en
su conjunto, están prestando la atención que merece al gravísimo
problema del cambio climático. Y en la limitada medida en que lo hacen,
se concentran excesivamente en cuestiones de cambio tecnológico y
adaptación al calentamiento, en lugar de hacerlo sobre cambio ecosocial y
mitigación del calentamiento climático. Pero el tiempo se nos está
acabando: si no se toman enérgicas medidas para reducir las emisiones de
gases de efecto invernadero, la concentración de los mismos podría
duplicar los niveles preindustriales ya en 2035, haciendo casi
inevitable un aumento de las temperaturas promedio de más de 2ºC con
respecto a los niveles preindustriales (considerado por los científicos,
y también por el estamento político de la UE, como el nivel a partir
del cual las consecuencias se tornarían incontrolables y sumamente
peligrosas). (30)
Un reciente estudio noruego criticaba la nociva autocomplacencia europea
en cuanto a la capacidad de adaptación al calentamiento climático,
señalando que los efectos indirectos del mismo pueden ser mucho más
importantes que los efectos directos y sectoriales. (31) Como cultura,
nos está obnubilando el exceso de confianza en la tecnología y los
mercados, la fe –irracional en última instancia— en nuestra capacidad
para dominar las situaciones y suprimir la contingencia. Ese exceso de
confianza de la cultura euro-norteamericana, que tiende a degenerar en
tecnolatría y mercatolatría, puede convertirse en una trampa mortal.
Un colapso civilizatorio no resulta inverosímil
La gran cuestión de fondo es si las perturbaciones socioecológicas
inducidas por un cambio climático rápido y extremo pueden conducir, o
no, a un colapso civilizatorio; y a esta cuestión no podrá contestar
ningún modelo climático, o econométrico o mixto. Sencillamente no lo
sabemos ni lo sabremos (aunque sí podemos estar seguros de que esos
modelos no resultan demasiado útiles a la hora de analizar o predecir
cambios bruscos y no lineales).
Incluso los “optimistas” Link y Tol reconocen que “una razón para
preocuparse por el posible colapso de la circulación termohalina [en el
Atlántico Norte] es que se trata de un cambio de régimen, y las
incertidumbres que rodean a los sistemas naturales serían mucho mayores
que sin semejante colapso”.(32) Los modelos climáticos y económicos
empleados no nos dicen mucho en caso de cambio “catastrófico.” (33) El
fondo de la cuestión lo ha puesto agudamente de manifiesto Mike Davis:
“Las discusiones científicas sobre el cambio climático y el
calentamiento global siempre se han desarrollado bajo la terca presencia
de la no linealidad. Los modelos climáticos, como los modelos
econométricos, son fáciles de construir y de comprender cuando son
simples extrapolaciones lineales de una conducta pasada bien
cuantificada; es decir, cuando hay una relación proporcional consistente
entre causas y efectos. Pero la mayoría de los componentes del clima
global –aire, agua, hielo y vegetación– en realidad exhiben un
comportamiento no lineal: a partir de ciertos umbrales pueden saltar
repentinamente de un patrón organizativo a otro, con consecuencias
catastróficas para especies con un diseño muy adaptado a las condiciones
ecológicas previas.
Hasta principios de la década de 1990 se creía que esas grandes
transiciones climáticas requerían siglos, si no milenios. Hoy, gracias
al procesamiento e interpretación de los registros materiales presentes
en los casquetes polares y en los sedimentos de los fondos marinos,
sabemos que las temperaturas globales y las corrientes oceánicas pueden,
bajo determinadas circunstancias, cambiar muy rápidamente (en una
década, o incluso en menos tiempo).” (34)
La cuestión es que existen –tanto en la biosfera en su conjunto como en
los ecosistemas singulares, así como en el sistema climático en su
conjunto– umbrales críticos más allá de los cuales el cambio lento y
“digerible” se convierte en rápidas transformaciones profundas.
En lo que atañe al clima, muchos científicos piensan que podemos haber
sobrepasado algunos de esos umbrales críticos, o estar a punto de
hacerlo. Así, por ejemplo, el experto en glaciares Lonnie G. Thompson
(de la Ohio State University) cree que los datos disponibles sobre el
retroceso de los glaciares –especialmente en las montañas más cercanas
al trópico: los Andes y el Himalaya— indican que “el sistema del clima
ha excedido un umbral crítico” y sugiere que quizá los seres humanos no
dispongamos del lujo de adaptarnos a cambios lentos. (35) En una
entrevista insiste: “Hay umbrales en el sistema, y cuando se traspasan
corremos el riesgo de cambiar el mundo tal y como lo conocemos hacia
estados en que un montón de gente en el planeta estará en riesgo.” (36)
Por ejemplo, la mayoría de los estudios sobre impactos económicos de la
subida del nivel del mar a causa del cambio climático dan por sentado un
escenario de cambios graduales, con subidas de alrededor de 25 cms. en
el siglo XXI. Por ejemplo, el informe Impactos en la costa española por
efecto del cambio climático encargado por el Ministerio de Medio
Ambiente español y hecho público en septiembre de 2006 asume subidas de
35 cm. en el Cantábrico, 20 en el Mediterráneo y 10 en el Golfo de Cádiz
(advirtiendo, eso sí, que incluso estas subidas modestas y graduales
tendrían consecuencias importantes: la línea de costa retrocederá hasta
15 metros en promedio, dañando playas, viviendas e infraestructuras, y
amenazando zonas tan valiosas como el Coto de Doñana, la Albufera de
Valencia, la Costa Brava, la Manga del Mar Menor o el Delta del Ebro).
(37) El cuarto informe de evaluación del IPCC (Grupo Intergubernamental
sobre Cambio Climático), cuya primera parte se difundió en febrero,
prevé una subida del nivel del mar entre 19 y 58 cm en 2100 (suponiendo
que no haya pérdidas masivas de hielo en los polos). (38) Pero la
cuestión es que si se funden los hielos de Groenlandia, el nivel del mar
subiría no unos centímetros, sino probablemente siete metros (y si se
funden los hielos de la Antártida el panorama aún sería mucho peor, con
subidas de varias decenas de metros). (39)
Por desgracia hay indicios de que el campo de hielo de Ross en la
Antártida –algo más grande que España— está comenzando a fundirse. Y
Groenlandia se está fundiendo rápidamente: la velocidad a que lo hace
casi se ha triplicado entre 2000 y 2005, y ahora vierte 250 km3 de agua
dulce al mar cada año (¡cada kilómetro cúbico equivale al derogado
trasvase del Ebro en España!). (40) Científicos expertos en glaciares
creen que “bastante antes del final del siglo XXI podemos atravesar un
umbral que desencadene una subida de muchos metros del nivel del mar”.41
Desde 1975 el casquete polar se ha ido derritiendo a un ritmo lento
pero constante: hasta hace pocos años las previsiones científicas
aseguraban que no se deshelaría del todo hasta 2200. Ahora los hielos
del Ártico se están derritiendo al ritmo acelerado de 9% por decenio, y
los veranos de 2005 y 2006 han sido tan catastróficos que, de seguir esa
tendencia, ¡antes de quince años se habrían fundido por completo! (42)
En un reciente editorial de Science se decía: “Nada en los registros
sugiere que un modelo climático de ‘equilibrio’ sea el término adecuado
de comparación.
Estamos dentro de un sistema altamente cinético, y en el pasado, cambios
climáticos dramáticos tuvieron lugar en el lapso de sólo algunas
décadas. Nuestro confort durante el Holoceno [los últimos diez mil años]
puede haber fortalecido nuestro sentimiento de seguridad, pero la
expectativa de que los cambios son improbables no constituye una
posición razonable. [...] Una fusión glacial acelerada y cambios de gran
calado en el nivel del mar (por ejemplo) no deberían considerarse
posibilidades hipotéticas, sino acontecimientos probables.” (43)
Hoy los niveles de emisión de dióxido de carbono y metano son similares a
los que se dieron durante el “infierno del Eoceno”, hace 55 millones de
años, cuando la temperatura subió unos 5ºC en promedio en los trópicos,
y 8ºC en las latitudes templadas, y el planeta tardó más de 200.000
años en recuperar cierto equilibrio climático. James Lovelock sostiene
que hemos pasado ya el punto sin retorno en lo que se refiere a cambio
climático, y que resulta improbable que nuestra civilización sobreviva.
Su perspectiva no puede ser más sombría: para él, antes de que acabe el
siglo XXI miles de millones de personas habrán muerto, y las pocas
parejas reproductoras que sobrevivan estarán en el Ártico, donde el
clima aún resulte soportable. “Hoy sabemos que la Tierra se autorregula,
pero (...) hemos descubierto demasiado tarde que esa regulación está
fallando [debido al desarreglo climático antropogénico] y que el sistema
de la Tierra avanza rápidamente hacia un estado crítico que pondrá en
peligro la vida que alberga”. (44) Pueden debatirse estas predicciones
de un científico de talla internacional, experto en el “sistema Tierra”
–que él bautizó Gaia hace decenios— y sus múltiples mecanismos de
autorregulación: pero lo que no está en cuestión es que un calentamiento
climático rápido y fuerte pone en entredicho la habitabilidad de
extensas zonas de la Tierra para los seres humanos, y tampoco que el
calentamiento en curso se está haciendo cada vez más fuerte y rápido,
año tras año. (45)
El hecho de que un colapso civilizatorio resulte una posibilidad nada
inverosímil, (46) y que por lo tanto quepa que, en un futuro no muy
lejano, en lugar de estar discutiendo acerca de los metros de playa
perdida en las zonas turísticas, o acerca de los costes marginales del
incremento de muertes de ancianos por olas de calor, nos encontremos
estimando cuántos pequeños grupos de cazadores-recolectores se las
apañarán para sobrevivir en las estepas de una Europa devastada y
empobrecida; el hecho de que semejante colapso sea posible debería
bastar para impulsar políticas ambiciosas de lucha contra el cambio
climático.
El gran poeta chino Wang Wei (701-761), uno de los clásicos de la
literatura universal, tituló uno de sus poemas “Insufrible canícula”. En
él se leen los siguientes versos: “Un sol de brasas envuelve cielos y
tierra,/ nubes de fuego se acumulan como montañas.// Árboles y hierbas
se queman./ Ríos y estanques se han secado.// La ropa delgada se siente
pesada;/ el denso follaje apenas da sombra.// (...) ¡Ay, si pudiera
salir de este universo/ y sentirme libre en la vasta inmensidad!...”
El mundo de “efecto invernadero” reforzado donde estamos ingresando
puede dejar chiquitas a todas las canículas anteriores que han
experimentado nuestros antepasados; y aunque lo deseemos, no hay forma
de “salir de este universo”. No podemos seguir escondiendo la cabeza
bajo el ala y posponiendo la acción eficaz: el tiempo se nos está
acabando.
www.ecoportal.net
Jorge Riechmann es investigador sobre cuestiones
socioecológicas en el Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud
(ISTAS), profesor titular de Filosofía Moral en la Universidad de
Barcelona y vicepresidente de Científicos por el Medio Ambiente (CiMA).
Ha sido coordinador de Vivir (bien) con menos (Icaria, CIP-FUHEM,
Barcelona, 2007) – Publicacion 2009:
http://www.fuhem.es/
Referencias:
(1) Ver Jorge Riechmann, et. al., De la economía a la ecología, Trotta,
Madrid, 1995; José Manuel Naredo, Raíces económicas del deterioro
ecológico y social. Más allá de los dogmas, Siglo XXI, Madrid, 2006.
(2) Francisco Javier Rubio de Urquía, El cambio climático más allá de
Kyoto. Elementos para el debate, Ministerio de Medio Ambiente, Madrid,
2006, p. 34.
(3) Por mencionar uno de ellos, paleobotánicos como Polychronis
Tzedakis, de la Universidad de Leeds, dan por supuesto que
desaparecerían casi todos los árboles de Europa. Entrevista en El País,
29 de marzo de 2006, p. 41.
(4) El funcionamiento de la “cinta transportadora” de agua oceánica –en
términos técnicos: la circulación termohalina– depende de pequeñas
diferencias en la densidad y salinidad de las aguas; la interrupción de
esta enorme corriente, que ha ocurrido algunas veces en los últimos
100.000 años, altera de manera súbita el clima del planeta entero
(grosso modo, enfriando más el Norte y calentando más el Sur). Se teme
que el incremento de flujos de agua dulce en el Ártico –por hielo
derretido, más precipitaciones, etc.– podría ocasionar este efecto,
apagando un “interruptor climático” que sumiría de golpe a Europa en una
mini-era glacial, incluso dentro de un mundo globalmente más cálido.
(5) P. Michael Link y Richard S. J. Tol, “Possible economic impacts of a
shutdown of the thermohaline circulation: an application of FUND”,
Portuguese Economic Journal, 2004, Nº 3, pp. 99-114.
(6) Ibídem, p. 110.
(7) Por otra parte, otros graves impactos que sin duda tendrían lugar no
aparecen en el modelo: así los cambios ecosistémicos en el Atlántico
Norte, que sin duda entrañarían daños para la biodiversidad y las
pesquerías. Ibídem, p. 104.
(8) Para una síntesis de los argumentos relevantes ver Jorge Riechmann,
“¿Sabemos sumar dos y dos? Propuestas de reforma ecológica de la
Contabilidad Nacional”, en Francisco Fernández Buey y Jorge Riechmann,
Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista, Siglo
XXI, Madrid, 1996; Michael Jacobs, La economía verde, Icaria, FUHEM,
Barcelona, 1996, cap. 6, 16, 17 y 18; Herman E. Daly y John B. Cobb,
Para el bien común. Reorientando la economía hacia la comunidad, el
ambiente y un futuro sostenible, Fondo de Cultura Económica, México DF,
1993; Joan Martínez Alier, La economía ecológica como ecología humana,
Fundación César Manrique, Lanzarote, 1998; Óscar Carpintero, Entre la
economía y la naturaleza. La controversia sobre la valoración monetaria
del medio ambiente y la sustentabilidad del sistema económico, Los
Libros de la Catarata, Madrid, 1999, cap. 2 y 4; Joan Martínez Alier y
Jordi Roca, Economía ecológica y política ambiental, Fondo de Cultura
Económica, México DF, 2000, cap. 2 y 4; Roberto Bermejo, Economía
sostenible. Principios, conceptos e instrumentos, Bakeaz, Bilbao, 2001,
cap. 2; Diego Azqueta, Introducción a la economía ambiental,
McGraw-Hill, Madrid, 2002; José Manuel Naredo, La economía en evolución,
Siglo XXI, Madrid, 2003; José Manuel Naredo, 2006, op. cit..
(9) Link y Tol, 2004, op. cit., p. 104.
(10) Ibídem.
(11) Ibídem.
(12) Ibídem, p. 102.
(13) Miguel Delibes y Miguel Delibes de Castro, La Tierra herida, Destino, Barcelona, 2005, p. 98.
(14) “En los últimos 50 años, el número de migrantes internacionales se
ha más que duplicado, hasta alcanzar la cifra de casi 200 millones.
Actualmente hay más gente viviendo fuera de su país natal que en ningún
momento anterior de la historia humana. Este movimiento masivo de
población está cambiando no sólo la forma en que vivimos, sino también
cómo nos percibimos a nosotros mismos y al ‘otro’.” Thoraya Ahmed Obaid,
“International migration: human rights and dialogue”, comunicado del 3
de abril de 2006 en
www.unfpa.org/news/
(15) Tim Flannery, La amenaza del cambio climático. Historia y futuro,
Taurus, Madrid, 2006; Ana Martínez, “Tim Flannery: el cambio climático
provocará 500 millones de desplazados”, Expansión, 29 de septiembre de
2006.
(16) Daniel Tanuro, “La barbarie climática está en marcha”, Sin permiso, 21 de mayo de 2006, en
www.sinpermiso.info
(17) Tampoco cabe hoy negar que, en un “mundo lleno” o saturado
ecológicamente, los graves daños ambientales afectan de forma cada vez
más directa a los resultados económicos y los conflictos sociales. Así,
por ejemplo, la comunidad científica está hoy convencida de que hay “una
relación directa y estrecha entre los procesos de desertificación (que
producen hambrunas) y los alzamientos y revueltas populares en el mundo
en desarrollo.” Delibes y Delibes, 2005, op. cit., p. 69.
(18) Michael T. Klare, Resource Wars: The New Landscape of Global
Conflict, Owl Books, 2002; Blood and Oil: The Dangers and Consequences
of America’s Growing Dependency on Imported Petroleum, Metropolitan
Books, 2004.
(19) John Reid, “Transatlantic defense partnerships: managing
divergence”, discurso en Chatham House (Londres), 27 de febrero de 2006.
(20) Michael T. Klare, “Se avecinan guerras por recursos”, Sin permiso, 19 de marzo de 2006, en
www.sinpermiso.info
(21) Peter Schwartz y Doug Randall, “An abrupt climate change scenario
and its implications for US national security”, octubre 2003, en
www.greenpeace.org/international/press/reports/an-abrupt-climate-change-scena
(22) Citado en Michael T. Klare, 2006, op. cit. Previendo un numeroso
flujo de refugiados climáticos, este cínico documento prevé que Europa
sucumbiría, mientras que EEUU y Australia “se mantendrían fuertes porque
tienen los recursos y las reservas que les permiten la
autosuficiencia”. Los autores escriben con frialdad: “los muertos
causados por las guerras, al igual que por el hambre y las enfermedades,
disminuirían la cantidad de población, que con el tiempo se reajustaría
a la
capacidad de carga del planeta”. Peter Schwartz y Doug Randall, 2003, op. cit.
(23) Delibes y Delibes, 2005, op. cit., p. 83.
(24) Para una amplia perspectiva sobre estas cuestiones ver Jared
Diamond, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen.
Debate, Barcelona, 2006. Vale la pena atender igualmente a la reflexión
de Michael T. Klare: “Podemos responder a estas predicciones en dos
formas: confiando en las fortificaciones y la fuerza militar para contar
con cierto grado de ventaja en la lucha global por los recursos, o
dando los pasos significativos para reducir el riesgo de un cambio
climático cataclísmico. Sin duda habrá muchos políticos y expertos
—especialmente en EEUU— preocupados en impulsar la superioridad de la
opción militar, enfatizando la preponderancia de la fuerza con que
cuenta ese país. Argumentarán que fortificando las fronteras y costas
para frenar la entrada de migrantes indeseables y luchando por las
fuentes de crudo necesarias, podremos mantener nuestro privilegiado
nivel de vida durante más tiempo que otros países menos dotados de
instrumentos de poder. Tal vez así sea. Pero la penosa guerra en Irak,
que no parece concluir, y la fallida respuesta ante el huracán Katrina
muestran lo ineficientes que son estos instrumentos cuando se confrontan
con la dura realidad de un mundo que no perdona. Y como nos recuerda el
informe del Pentágono, ‘las batallas constantes por recursos menguantes
reducirán los recursos todavía más de lo que se reduzcan por los
efectos climáticos’. La superioridad militar puede darnos una ilusión de
ventaja en las luchas venideras, pero no puede protegernos de los
estragos del cambio climático. Aunque estemos mejor que Haití o México,
también sufriremos las tormentas, las sequías y las inundaciones.
Conforme los socios comerciales se sumerjan en el caos, nuestras
importaciones de alimentos, materia prima y energía desaparecerán
también. Es cierto, podemos establecer puestos militares en algunos
sitios para garantizar el flujo de materiales críticos, pero el precio
siempre irá en aumento en sangre y recursos necesarios para pagar esta
empresa y eventualmente nos rebasará y destruirá. En última instancia,
nuestra única esperanza para un futuro seguro y garantizado yace en una
sustancial reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y
en trabajar con el mundo para frenar el ritmo del cambio climático
global.” Michael T. Klare, 2006, op. cit.
(25) William D. Nordhaus, Managing the Global Commons: the Economics of
Climate Change, MIT Press, Cambridge, 1994; William D. Nordhaus y
Joseph, Boyer, “Requiem for Kioto: an economic análisis of the Kioto
Protocol”, The Energy Journal, 1999, pp. 93-130; Roll the DICE Again:
Economic Models of Global Warming, MIT Press, Cambridge, 2000, en
www.econ.yale.edu/~nordhaus/homepage/dicemodels.htm
(26) Joaquín Valdivielso, “Neutralidad e integridad científica en el
caso Lomborg: trasfondo normativo y paradigma científico”, en Jorge
Riechmann (coord.), Perdurar en un planeta habitable. Ciencia,
tecnología y sostenibilidad, Icaria, Barcelona, 2006, pp. 304-306.
(27) Geoffrey Lean, “Disappearing world: Global warming claims tropical island”, The Independent, 24 de diciembre de 2006.
(28) Daniel Tanuro, 2006, op. cit.
(29) Friends of the Earth Australia, A Citizen’s Guide to Climate Refugees, 2005.
(30) Según la UE, este objetivo –fijado en su Sexto programa de acción
en materia de medio ambiente— exige que la concentración global de
dióxido de carbono no supere las 550 partes por millón (ppm). Otros
estudios recientes sugieren que el nivel de estabilización debería ser
más bajo, de 450 ppm, a fin de no superar el máximo de 2ºC de ascenso
térmico. Ello exigiría reducir las emisiones mundiales de dióxido de
carbono entre un 45% y un 60% hasta el año 2050 (con respecto a los
niveles de 1990) (AEMA 2006). Tengamos presente que en el último millón
de años la concentración de CO2 en la atmósfera nunca superó, hasta
1960, las 310 ppm. Hoy estamos en 390 ppm camino de las 400 y las 600
durante este siglo XXI, si no dejamos de emitir estos gases. 600 ppm no
se han alcanzado en el planeta desde hace 18 millones de años.
(31) K. Brien, et al., “Questioning complacency: climate change impacts,
vulnerability, and adaptation in Norway”, AMBIO: a journal of the human
environment, 2006, 35 (2), pp. 50-56.
(32) Link y Tol, 2004, op. cit., p. 110
(33) Hasta ahora, la llamada de atención más seria desde círculos
gubernamentales se debe al gobierno británico, que ha encargado y
difundido el “informe Stern” (Stern 2006, elaborado por Nicholas Stern,
asesor económico de la Administración británica y ex economista del
Banco Mundial). Este estudio advierte que, de no actuar ahora contra el
cambio climático, el coste será equivalente a perder entre un 5 y un 20%
del Producto Interno Bruto (PIB) global. El cambio climático puede
afectar el acceso al agua potable, la producción de alimentos, la
sanidad y el medio ambiente, mientras que millones de personas pasarán
hambruna, subraya el documento. Anticipa que el calentamiento de la
Tierra puede tener consecuencias “desastrosas” para la economía, a un
nivel superior a la Gran Depresión de 1929-30, y puede crear más de 200
millones de refugiados. Según el “informe Stern” sería necesario
invertir aproximadamente un 1% del Producto Interno Bruto (PBI) global
para hacer frente al problema. En la presentación del informe —que es
considerado el más importante que encarga el Gobierno laborista— el 30
de octubre de 2006 el primer ministro británico, Tony Blair, aseguró que
el mundo no se puede permitir dejar que pase el tiempo. Las cifras de
inversiones necesarias para mitigar el cambio climático coinciden con
las que proporcionó la Agencia de Medio Ambiente alemana en 2006: un 1%
del PIB anualmente (contrastable con pérdidas de PIB del 10% anual, en
un futuro no tan lejano, si la inacción se prolonga).
(34) Mike Davis, “¿Hemos entrado ya en la era del caos?”, Sin permiso, 19 de marzo de 2006, en
www.sinpermiso.info
(35) Lonnie G. Thompson, et. al., “Abrupt tropical climate change: Past
and present”, Proceedings of the National Academy of Sciences, 11 de
julio de 2006, Vol. 103, Nº 28, en
www.pnas.org/cgi/content/abstract/103/28/10536
(36) Doug Struck, “Earth’s climate warming abruptly, scientist says”, The Washington Post, 27 de junio de 2006.
(37) Raúl Medina, et. al., Impactos en la costa española por el efecto
del cambio climático, Ministerio de Medio Ambiente, Universidad de
Cantabria, Madrid, 2006.
(38) Los tres informes anteriores se divulgaron en 1990, 1996 y 2001.
Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático
(IPCC) –en su Cuarto Informe de Evaluación, febrero de 2007—, la
temperatura global se incrementará entre 1,8 y 6,4 grados centígrados
hasta el año 2100, con la mejor estimación en torno a 3 grados, lo que
es enorme. (La diferencia entre el promedio de temperaturas en el último
milenio, y la edad del hielo que finalizó hace unos 12.000 años, es
sólo de 3ºC.)
(39) R. Kerr, “A worrying trend of less ice, higher seas”, Science, 24
de marzo de 2006, Vol. 311, p. 1698-1701; Flannery, 2006, op. cit. Con
precisión: la fusión de los hielos de la Antártida occidental elevaría
el nivel del mar 6 metros adicionales, y la fusión completa de la
Antártida oriental –que hoy por hoy no se considera previsible— añadiría
70 metros.
(40) Tavi Murray, “Climate change: Greenland’s ice on the scales”,
Nature, 21 de septiembre de 2006, Vol. 443, Nº 7109, pp. 277-278.
(41) J. Overpeck, et. al., “Paleoclimatic evidence for future ice-sheet
instability and rapid sea-level rise”, Science, 24 de marzo de 2006,
Vol. 311, pp. 1747-1750.
(42) Martínez, 2006, op. cit.
(43) D. Kennedy y B. Hanson, “Ice and history”, Science, 24 de marzo de 2006, Vol. 311, p. 1673.
(44) James Lovelock, La venganza de la Tierra, Planeta, Barcelona, 2007, p. 23.
(45) Las malas noticias han llegado ya incluso a los editoriales de la
gran prensa. Así, El País, 1 de abril de 2007, comenta el Cuarto Informe
de Evaluación del IPCC en los siguientes términos: “Será difícil
reconocer este planeta dentro de 100 años. Aun en el mejor de los casos,
con una política inteligente de control de emisiones, el 20% de la
superficie de la Tierra habrá sufrido tal cambio de temperaturas y de
régimen de lluvias que tendrá un clima enteramente nuevo. Las selvas del
África ecuatorial, la Amazonia y el sureste asiático irán pereciendo, y
otras selvas irán devorando los trópicos mientras los desiertos del
Sáhara, el Gobi, Nuevo México y Kalahari colonizan las actuales zonas
templadas. El Tíbet, los Andes y los Himalayas verán fundirse sus nieves
perpetuas, como ya le empieza a ocurrir al Kilimanjaro, y treparán por
sus laderas la flora y la fauna de los terrenos inferiores, empujando a
los habitantes de las cimas. Tanto en los polos como en las alturas, las
especies adaptadas a los climas más fríos desaparecerán con ellos.
Otros nuevos climas surgirán por primera vez en el siglo XXI con unas
cualidades impredecibles para la ciencia actual. Ésta es una de las
primeras aplicaciones de los modelos de calentamiento aprobados en la
última reunión del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de
la ONU, celebrada en París en febrero. Esos resultados, muy superiores a
los del pasado, ya sirvieron entonces para despejar toda duda sobre la
realidad del calentamiento global y su atribución a las emisiones de
dióxido de carbono. Los científicos los usan ahora para proyectar unas
predicciones sobre el clima futuro que son mucho más precisas y fiables.
La conclusión general es que casi todas las predicciones se habían
quedado cortas. Todo lo anterior asume una política inteligente de
contención de emisiones. En su ausencia -es decir, de seguir como hasta
ahora- las zonas con un clima enteramente nuevo no supondrán el 20% -lo
que sirve de llamada a la preparación de políticas paliativas.
(46) Flannery, 2006, op. cit.