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sábado, 12 de marzo de 2011

La ONU declaró el 2011 como el Año Internacional de los Bosques

Una plegaria global por todos los bosques

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Tal vez si Colombia hubiese cuidado sus bosques durante los últimos 50 años, más de 2 millones 200 mil personas no hubieran sido víctimas de los aguaceros que cayeron a finales del año pasado. Y el Gobierno no estaría pensando en cómo reconstruir medio país. Porque aunque estas comunidades de árboles pasan desapercibidas, sin hacer ruido frenan la erosión para que las montañas no se desmoronen y los ríos no se desborden.
Pero además, regulan el clima, para que haya tantos días de sol como de lluvia; nos dan gratuitamente el aire que respiramos y ayudan a que todos los días tengamos comida sobre la mesa, porque en ellos se refugia el 80 por ciento de nuestros recursos biológicos. También sustentan la economía. Cerca del 25 por ciento de los ingresos de las poblaciones se derivan de los bienes y servicios que estos grupos de plantas proporcionan, según la Unión Internacional para la Naturaleza (Uicn). “En el mundo la gente sufre o pierde medios de subsistencia y oportunidades de bienestar a causa de su destrucción y deterioro”, dice Carole Saint-Laurent, asesora principal de políticas forestales de esta organización.
Esto sucede en todo el globo. Podríamos decir que más de la mitad del planeta es agua y gran parte de su territorio restante está cubierto por bosques, un ecosistema que cubre 4 mil millones de hectáreas y que sólo 10 países desconocen. Por eso, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró el 2011 como su Año Internacional, en un intento por llamar la atención y generar interés hacia su preservación. Porque a pesar de que sólo ofrecen ventajas, el hombre los está acabando. Según la Evaluación de los Recursos Forestales Mundiales, la más grande investigación de su tipo en la historia, presentada por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en el 2010, cada año son taladas 13 millones de hectáreas de bosques. Dicho de otra forma: cada 12 meses se destruye una selva del tamaño de Grecia o Nicaragua repleta de vegetación.
Aunque para la FAO esta tasa es menor a la de la década de los noventa (era de 16 millones de hectáreas) el problema aún es intenso en África y Suramérica (este último, el hemisferio más biodiverso), regiones que lideran las estadísticas según la Unión de Institutos de Investigación Forestal (ver cifras). El mayor deforestador en la región es Brasil. Allí, sólo en el 2010, la selva amazónica perdió 256 mil hectáreas de bosques, de las 410 millones que forman el denominado pulmón de la tierra en esa nación, dice la entidad. En Colombia, según el Ideam, la tasa de deforestación es de 336 mil hectáreas por año (la Universidad Nacional dice que esa tasa puede superar las 500 mil hectáreas), es decir, cada 12 meses se destruye un área llena de flora casi del tamaño del Atlántico. En síntesis, un ‘cáncer’ que, además, ya tiene en jaque el futuro de 500 especies de plantas nativas.
Lanzamiento en N.Y
Los acuerdos internacionales que buscan salvar los bosques más vulnerables del mundo tienen poco impacto, sobre todo porque no toman en cuenta la creciente demanda de la agricultura y los biocombustibles, dice un informe de la Unión Internacional de Institutos de Investigación Forestal (Iufro) que fue presentado esta semana en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York, durante el lanzamiento oficial del Año Internacional de los Bosques que organiza el Foro de las Naciones Unidas sobre Bosques (Unff), reunión que se extenderá hasta el próximo cuatro de febrero.
Dinero por preservar
Para contrarrestar la pérdida de la superficie forestal, el mundo está discutiendo la posibilidad de que los países desarrollados financien la protección de los bosques de los países pobres para enfrentar el cambio climático.
Esta idea se llama ‘Reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por deforestación evitada’ (Redd), y busca que aquellos países pobres que disminuyan sus tasas de deforestación y protejan sus reservas forestales reciban dinero como compensación por la función que cumplen sus selvas en la estabilidad climática global.
Uno de los principales logros de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 16) que terminó en diciembre pasado en Cancún (México) fue precisamente el consenso que hubo en torno a la entrada en vigor de Redd.
Colombia, por poseer grandes extensiones de bosques en el Chocó, la Amazonia y la Orinoquia, podrá tener acceso a financiación, le explicó a EL TIEMPO Andrea García, coordinadora del grupo de mitigación y cambio climático del Ministerio de Medio Ambiente, y una de las negociadoras por Colombia en la COP 16.
García agregó que aunque este es un avance para alcanzar la protección de las selvas, aún falta explorar la metodología para que Redd perdure.
Para eso resultarán clave las negociaciones que se realizarán a finales de año en Sudáfrica.
En esencia, este mecanismo intenta que un bosque vivo tenga más valor que uno muerto.
Es decir, que su estabilidad deje más beneficios económicos que destruirlo para convertirlo en una nueva área agrícola o para la introducción de ganado.
De paso, también frenaría el comercio ilegal de madera, en el que terminan involucrados labriegos e indígenas ante la falta de oportunidades laborales.
En Colombia, esta actividad se ha convertido en una ‘mafia’ que, según cálculos del Gobierno, mueve aproximadamente 60 millones de dólares anuales, devasta 48 mil hectáreas de bosques -algunos de ellos declarados como patrimonio de la humanidad como los situados en el parque Los Katios- y tiene en alto riesgo de extinción a 24 especies de árboles maderables, según el Libro Rojo de Plantas de Colombia, que ya no soportan la sobreexplotación. La idea es que los recursos generados por Redd se entreguen a las comunidades para que no necesiten deforestar para sobrevivir, dice una guía del tema elaborada por Conservación Internacional (CI), el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y la Fundación Natura.
Tala, verdugo del clima
Los árboles tienen dos caras. Una amable y sustentable cuando se siembran y crecen (porque producen oxígeno nuevo). Pero otra contaminante cuando son talados. El árbol, durante el transcurso de su vida, capta dióxido de carbono que usa para asegurar su biomasa y formar sus ramas, su tronco y sus hojas. Pero cuando alguien lo destruye, el carbono que ha estado preso en su estructura durante años, se libera. Esto, entre otras cosas, porque sus restos y la maleza se queman para limpiar el terreno. En ese momento, en lugar de ser un aliado del hombre, las plantas se transforman en verdugos del ambiente y en otra fuente de emisiones de este gas que causa el efecto invernadero. Los bosques del mundo mantienen controladas o ‘enjauladas’ en sus estructuras unas 300 gigatoneladas de carbono. Son, por tanto, el mejor antídoto frente al cambio climático mientras no se les moleste. Pero la deforestación que aún avanza, causa el 20 por ciento de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero -más que las producidas por el transporte global-.
JAVIER SILVA HERRERA
REDACCIÓN VIDA DE HOY

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