Si
los activistas crean su propio plan de acción para salvar la Tierra,
los gobiernos no necesitarán negociar reglas comunes para naciones y
comunidades desiguales en riqueza y capacidad técnica.
NACIONES
UNIDAS, 14 nov (Tierramérica).- A menos que la sociedad civil
organizada lance su propio plan de acción en la Cumbre de la Tierra
(Río+20) que se realizará en junio de 2012 en Río de Janeiro, la
conferencia será poco más que un lujoso debate.
Esto se debe a
que los delegados de los gobiernos no abordarán el problema de
reorientar la economía mundial, tarea que la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) considera esencial para hacer frente a la
creciente crisis de sustentabilidad ambiental.
El informe que a
comienzos de este año presentó el secretario general Ban Ki-moon al
comité organizador de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el
Desarrollo Sostenible (Río+20) señala que para hacer sustentables los
modelos de consumo y producción, las políticas públicas deben ir "mucho
más allá" de enderezar los precios.
Pero Ban no dijo qué medidas
específicas se necesitan. De hecho, en ninguna parte de la enorme
cantidad de documentación que la ONU ha producido desde que convocó la
primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano,
en junio de 1972 en Estocolmo, se puede hallar un solo análisis sobre
ese tema.
La Agenda 21, el voluminoso plan de acción adoptado en
la Cumbre de la Tierra de 1992 en Río, tampoco abordó el asunto, y la
Comisión sobre el Desarrollo Sostenible, que vigiló su implementación
durante dos décadas, no lo consideró.
El Estudio Económico y
Social Mundial que la ONU publicó este año, estima en 72 billones de
dólares el costo de hacer verde la economía mundial, sin detallar cómo.
Estas
lagunas reflejan una ineludible realidad política contemporánea: el
poder de las corporaciones que dominan la economía mundial y que
establecieron los actuales modelos de producción y consumo con el
objetivo de maximizar sus ganancias y de oponerse a los acuerdos que
intenten restringir sus efectos sociales y ambientales negativos.
Entre
los años 70 y 80, la ONU intentó infructuosamente negociar un código de
conducta para las corporaciones transnacionales. En la década
posterior, probó un enfoque más blando, invitándolas a integrarse al
Pacto Mundial para el cumplimiento voluntario de una serie de estándares
ambientales y de derechos humanos.
Menos de 5.000 de las 60.000
corporaciones con ganancias anuales de más de 1.000 millones de dólares
se unieron al Pacto Mundial. E incluso esta cifra minúscula maquilla su
verdadero impacto, ya que incluye empresas pequeñas y medianas, muchas
de países en desarrollo.
Durante este prolongado punto muerto,
los problemas ambientales adquirieron proporciones de catástrofe. La
contaminación y la pérdida de hábitat llevan especies a la extinción a
un ritmo que no se veía desde la desaparición de los dinosaurios.
En
la última década, condiciones meteorológicas extremas que los
científicos asocian con el recalentamiento planetario causaron desastres
naturales sin precedentes en todo el mundo.
A menos que se frene
el calentamiento, los científicos proyectan cambios significativos en
lluvias y sequías, con importantes consecuencias para la productividad
agrícola. Si no se hace nada para evitar el recalentamiento planetario,
podría acuñarse una era de guerras por la tierra que destruirían toda
semblanza de legalidad y orden internacional.
Pese a estas perspectivas aterradoras, pocos gobiernos están dispuestos a enfrentarse a los intereses corporativos.
En
este escenario, la sociedad civil organizada es la que puede elaborar
una estrategia de salida segura. Conoce la naturaleza y el alcance de
los problemas ambientales, e Internet le ha dado una capacidad sin
precedentes para crear redes mundiales.
Si el activismo combina
esos elementos con la capacidad local para la acción efectiva –lo más
sencillo sería aliarse con pequeñas y medianas empresas–, podría crear
un mecanismo poderoso y flexible, capaz de trazar el mapa de los
problemas ambientales, controlar su desarrollo y hacerles frente,
promoviendo al mismo tiempo actividades económicas amigables con la
naturaleza en lo local y regional.
Así se movería gradualmente la
economía mundial de los enormes intercambios internacionales que
desperdician gigantescas cantidades de energía y recursos naturales
hacia modelos de actividad regional y subregional mucho más eficientes.
Semejante
cambio tendría impactos mínimos en la creación de riqueza y puestos de
trabajo. De hecho, como las empresas medianas y pequeñas son mucho más
intensivas en mano de obra que los monstruos que hoy controlan la
economía mundial, veríamos un ascenso del empleo, la demanda y de un
crecimiento socialmente justo.
Los gobiernos no necesitarían
negociar reglas comunes para naciones y comunidades terriblemente
desiguales en riqueza y capacidad técnica.
Si las decisiones y
las medidas quedaran por completo en manos de autoridades nacionales y
locales, la red mundial se convertiría en un poderoso mecanismo de
solidaridad internacional, transferencia tecnológica y apoyo financiero,
coordinando acciones donde sea necesario y divulgando las mejores
prácticas.
Necesitamos ir a Río+20 preparados para acordar un
manifiesto que recoja estos principios y un plan de acción que se
detalla en el siguiente borrador:
Plan de acción
En el marco de los objetivos y valores ya expresados, los activistas presentes en la conferencia Río+20 acuerdan:
1.
Red: Los activistas crearán una red electrónica mundial organizada en
una estructura de acceso sencillo (local, nacional, regional, mundial)
para facilitar la información compartida, el debate interactivo y la
acción concertada.
2. Organizar: Los activistas trabajarán con
empresarios que estén al frente de compañías pequeñas y medianas a fin
de crear organizaciones comunitarias para la acción cooperativa. Estas
organizaciones serán las unidades básicas de la red mundial y tendrán
dos objetivos principales: proteger el ambiente y acelerar el
crecimiento económico en los planos local, subregional y regional.
3.
Inspeccionar y controlar: La red compartirá los mejores conocimientos
disponibles en las agencias nacionales e internacionales, y el Programa
de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente desempeñará un rol de
coordinación. Los activistas iniciarán un relevamiento ambiental mundial
alimentado con aportes comunitarios, creando un sistema de control
permanente para brindar informes de situación en tiempo real a las
autoridades nacionales, regionales y mundiales.
4. Analizar: Con
base en la información recolectada, un grupo experto gubernamental que
trabajará con la red creará un plan técnico de medidas preventivas y
correctivas para todos los problemas ambientales mundiales. El plan se
implementará mediante la acción comunitaria, donde sea posible, y los
gobiernos y agencias internacionales aportarán capacidad financiera y
técnica.
5. Educar y movilizar: Las organizaciones comunitarias y
sus redes se abocarán a la tarea de educar y movilizar apoyo popular
para la acción ambiental.
Estos pasos deberían crear un aparato
mundial capaz de fiscalizar los daños causados por la acción humana y de
asumir su remediación. Ese proceso debería reorientar toda la gama de
actividades económicas hacia modelos amigables con el ambiente y crear y
sostener el apoyo de la opinión pública para una acción permanente.
*
Bhaskar Menon tiene cuatro décadas de experiencia en la cobertura de la
Organización de las Naciones Unidas y edita
http://www.Undiplomatictimes.com.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario